Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Si una noche de luna te sientes intranquilo
y reptas por la calles igual que un cocodrilo
en busca de otro cuerpo con el que convivir,
si te lleva a su casa, si te invita a dormir,
cuidado camarada, puede haber un misil bajo la almohada.
Si no encuentras a nadie en toda la ciudad
y buscas un remedio para tu soledad,
si salvas con alcohol las horas más oscuras
de estos malos momentos, quizá mientras procuras
salir de la tristeza, flotando está un misil en tu cerveza.
Si vences la resaca y logras despertarte
y llevas las ojeras por único estandarte,
si la voz amaestrada del tiempo o la rutina
te dice que hoy debieras volver a la oficina
sombrío, cabizbajo, te esperará un misil en tu trabajo.
Misiles por la cárcel, misil de las barriadas,
misiles en palacio y entre las barricadas
apuntan los relojes con minutos serviles
que marcan el horario feroz de los misiles
o mucho más sencillo: puede haber un misil en tu bolsillo.
Porque a veces el aire es pólvora, los sueños
se convierten en turbia pesadilla, las balas
aprenden de memoria su destino y el cuerpo
a su destino acude, en busca de la bala.
En pie de paz, yo vuelvo, regreso a las palabras,
a vosotras antiguas camaradas del mundo.