Al analizar una lágrima
y una gota de mar,
el del laboratorio no sabría cuál era cuál.
(Una lágrima se compone de agua y sal,
de agua y sal igual se compone una gota de mar.)
Pero encima están las enzimas
— azúcar, proteínas —
ambas exterminan la enfermedad.
Claro que, si hay mucha enzima encima, malo.
También en gran cantidad,
muchas gotas de mar te ahogan,
muchas lágrimas de amor te ahogan.
Sigo — y que el lector no se asombre —,
analizando la lágrima se sabe
si es de mujer u hombre.
Y es a lo que iba,
y es por eso,
que hasta en el dolor
se manifiesta el sexo.
Porque son ya seis años desde entonces,
porque no hay en la tierra, todavía,
nada que sea tan dulce como una habitación
para dos, si es tuya y mía;
porque hasta el tiempo, ese pariente pobre
que conoció mejores días,
parece hoy partidario de la felicidad,
cantemos, alegría!
Y luego levantémonos más tarde,
como domingo. Que la mañana plena
se nos vaya en hacer otra vez el amor,
pero mejor: de otra manera
que la noche no puede imaginarse,
mientras el cuarto se nos puebla
de sol y vecindad tranquila, igual que el tiempo,
y de historia serena.
El eco de los días de placer,
el deseo, la música acordada
dentro en el corazón, y que yo he puesto apenas
en mis poemas, por romántica;
todo el perfume, todo el pasado infiel,
lo que fue dulce y da nostalgia,
¿no ves cómo se sume en la realidad que entonces
soñabas y soñaba?
La realidad —no demasiado hermosa—
con sus inconvenientes de ser dos,
sus vergonzosas noches de amor sin deseo
y de deseo sin amor,
que ni en seis siglos de dormir a solas
las pagaríamos. Y con
sus transiciones vagas, de la traición al tedio,
del tedio a la traición.
La vida no es un sueño, tú ya sabes
que tenemos tendencia a olvidarlo.
Pero un poco de sueño, no más, un si es no es
por esta vez, callándonos
el resto de la historia, y un instante
—mientras que tú y yo nos deseamos
feliz y larga vida en común—, estoy seguro
que no puede hacer daño.
Tengo el infinito tatuado en la retina
de mirar al cielo.
Soy un joven aprendiz de necio
que sobrevivió al incendio de la libertad
pero tengo en el cerebro
quemaduras de tercer grado
que aún supuran miedo.
Tengo el infinito tatuado.
He bailado con los galgos abandonados de mi barrio
al son de una lata de sardinas
canciones populares que sólo se cantaron una vez,
he masticado los chicles del amor hasta el desgaste,
he robado, he mentido,
me he drogado hasta perder la identidad,
he reído cataratas y he llorado mariposas
pero nunca
he dejado de mirar al cielo.
Toda una vida buscando respuesta
a preguntas que no he sabido ni formular.
Y sigo rindiéndome.
Y sigo siendo aquel niño caprichoso
que se encierra en su cuarto enfurruñado
para escribir que quisiera ser halcón.
En vez de luchar.
En vez de saltar
y salir volando por el balcón.
Y sigo dejando que mi ego maneje mis palabras,
mis obras
y sobre todo mi omisión.
Y sigo mirando al cielo
con los pies en la tierra.
No busco dios.
No busco perfección.
Busco un sueño infantil,
una nube de la que colgarme.
Pero me absorbe la espiral del infinito
y me tatúa su canción en la retina.
Soy un trozo roto del viento
que a veces no sabe volar.
Pero seguiré recolectando tropiezos
hasta que ya no queden piedras.
Y seguiré jugando, arriesgando,
derrapando en las esquinas,
exprimiéndole las ubres al reloj
y saboreando cada calada de vida
porque lo efímero es volátil
y el infinito
puede esperar.
Toma y toma la llave de Roma,
porque en Roma hay una calle,
en la calle hay una casa,
en la casa hay una alcoba,
en la alcoba hay una cama,
en la cama hay una dama,
una dama enamorada,
que toma la llave,
que deja la cama,
que deja la alcoba,
que deja la casa,
que sale a la calle,
que toma una espada,
que corre en la noche,
matando al que pasa,
que vuelve a su calle,
que vuelve a su casa,
que sube a su alcoba,
que se entra en su cama,
que esconde la llave,
que esconde la espada,
quedándose Roma
sin gente que pasa,
sin muerte y sin noche,
sin llave y sin dama.
Dejadme llorar a mares,
Largamente y como los sauces.
Largamente y sin consuelo,
Podéis doleros…
Pero dejadme.
Los álamos carolinos
Podrán, si quieren, consolarme,
Vosotros…Como hace el viento…
Podéis doleros… Pero dejadme.
Veo en los álamos, veo,
Temblando, sombras de duelo,
Una a una, hojas de sangre.
Ya no podéis ampararme.
Negros álamos transidos.
¡Qué oscuro caer amigos!
Vidas que van y vienen.
¡Ay, álamos de la muerte!.
El diablo hocicudo,
ojipelambrudo,
cornicapricudo,
pernicolimbrudo
y rabudo,
zorrea,
pajarea,
mosquicojonea,
humea,
ventea,
peditrompetea
por un embudo.
Amar y danzar,
beber y saltar,
cantar y reír,
oler y tocar,
comer, fornicar,
dormir y dormir,
llorar y llorar.
Mandroque, mandroque,
diablo palitroque.
¡Pío, pío, pío!
Cabalgo y me río,
me monto en un gallo
y en un puercoespín,
un burro, en caballo,
en camello, en oso,
en rana, en raposo
y en un cornetín.
Verijo, verijo,
diablo garavijo.
¡Amor hortelano,
desnudo, oh verano!
Jardín del Amor.
En un pie el manzano
y en cuatro la flor.
(Y sus amadores,
céfiros y flores
y aves por el ano.)
Virojo, pirojo,
diablo trampantojo.
El diablo liebre,
tiebre,
sítiebre
notiebre,
sipilitiebre,
y su comitiva
chiva,
estiva,
sipilipitriva,
cala,
empala,
desala,
traspala,
apuñala
con su lavativa.
Saltan escaleras,
corren tapaderas,
revientan calderas.
En los orinales
letales, mortales,
los más infernales
pingajos, zancajos,
tristes espantajos
finales.
Guadaña, guadaña,
diablo telaraña.
El beleño,
el sueño,
el impuro,
oscuro,
seguro,
botín,
el llanto,
el espanto
y el diente
crujiente
sin
fin.
Pintor en desvelo:
tu paleta vuela al cielo,
y en un cuerno,
tu pincel baja al infierno.