- Gerineldo, Gerineldo, Gerineldito pulido quién estuviera esta noche, solo dos horas contigo. - Como soy vuestro criado, señora burláis conmigo. - No me burlo Gerineldo, que de veras te lo digo.
- ¿A qué hora, la mi señora, me tendá abierto el castillo? - Entre las once y las doce, cuando el rey se haya dormido. A eso de las once y media, Gerineldo va al castillo. - ¿Quién seá ese caballero que a mi puerta dio un suspiro?
- Gerineldo soy, señora, que vengo a lo prometido. Baja la dama en enaguas, abre puertas y postigos. - Con un postigo que abra, cabe mi cuerpo pulido. Se metieron en la cama como mujer y marido
y antes del gallo cantar, los dos se quedan dormidos. Cuando se despierta el rey, despierta despavorido. - O me fuerzan a la hija, o me roban el castillo. Coge la espada en su mano y se va para el retiro,
y se encuentra allí a los dos como mujer y marido. - Si mato a mi hija la infanta, queda mi reino perdido, y si mato a Gerineldo le mato muy joven niño. Meto la espada entre medias, porque sirva de testigo.
- Despiértate, Gerineldo, despierta si estás dormido, que la espada de mi padre entre los dos ha dormido. Ya se viste Gerineldo, ya se va para el retiro y al bajar por la escalera, el rey, su amo, le ha visto.
¿Dónde vienes Gerineldo, que vienes descolorido? - Vengo del jardín señor, que está florecido y lindo; con el olor de las flores, los colores se me han ido. - No has prevenido muy mal para ser tan tierno niño.
- Máteme el rey mi señor, que lo tengo merecido. - Si te quisiera matar, harto lugar he tenido. El castigo que te doy, -no te doy otro castigo- que ella sea tu mujer, y tú seas su marido.
Tierra le dieron una tarde horrible
del mes de julio, bajo el sol de fuego.
A un paso de la abierta sepultura,
había rosas de podridos pétalos,
entre geranios de áspera fragancia
y roja flor. El cielo
puro y azul. Corría
un aire fuerte y seco.
De los gruesos cordeles suspendido,
pesadamente, descender hicieron
el ataúd al fondo de la fosa
los dos sepultureros...
Y al reposar sonó con recio golpe,
solemne, en el silencio.
Un golpe de ataúd en tierra es algo
perfectamente serio.
Sobre la negra caja se rompían
los pesados terrones polvorientos...
El aire se llevaba
de la honda fosa el blanquecino aliento.
- Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa,
larga paz a tus huesos...
Definitivamente,
duerme un sueño tranquilo y verdadero.
- Madre, Francisco no viene,
madre, Francisco ya tarda.
- Es tiempo de sementera
y anda la gente ocupada:
de noche aguzan las rejas,
de día van a la arada.
Si tu Francisco no viene
será porque no le vaga.
Se subió Teresa al cuarto
donde cosía y bordaba
y vio venir un vaquero
montando en yegua lozana.
- Nuevas te traigo, Teresa:
para ti todas son malas:
que tu querido Francisco
muy malo queda en la cama;
ayer en el herradero
le dio el toro una cornada
y si le quieres ver vivo,
no esperes para mañana.
- Sáqueme, madre, el jubón
que está en el hondón del arca
¡con alegría se hizo,
con tristeza se estrenaba!
Sáqueme, madre, el manteo
el de luto y no el de gala,
y aparéjeme el caballo
donde Francisco montaba.
Ya que no sirva para él
sirva para su galana.
En el medio del camino
oyen doblar las campanas...
- Madre, Francisco no viene,
madre, Francisco ya tarda.
- Calla tonta, calla loca,
no seas disparatada.
Que en tiempo de sementera
anda la gente ocupada.
De día van con los bueyes
de noche van a la fragua.
Se ha asomado al balcón
por ver lo que divisaba.
Se ha divisado al caballo
donde Francisco montaba.
- Noticias traigo Teresa,
no son buenas que son malas.
Que a tu querido Francisco
el buey le ha dado una cornada.
Y si lo quieres ver vivo
arréglate a las voladas.
Y si lo quieres ver muerto
déjalo para mañana.
- Madre ¿qué botas me pongo
las de luto o las de gala?
- Ponte las de luto hija
no te pongas las de gala.
Que con alegría se hicieron,
con tristeza se estrenaran.
Y al revolver de una esquina
con el entierro se hallan.
- Adiós Francisco querido
adiós Francisco del alma
Que me dejas en el mundo
muy triste y desconsolada.
Cuando la tierra fría
dé hospedaje a mi cuerpo,
¿qué servirá que deje
acá renombre eterno,
que me erija un amigo
sepulcral monumento,
que me escriba la vida,
que publique mis versos,
que damas y galanes,
niños, mozos y viejos
me lean, y me lloren
mis parientes y afectos?
Esta fama, esta gloria,
a que aspiran mil necios,
no me da, mientras vivo,
vanidad ni consuelo.
No quiero yo otra fama,
otra gloria no quiero,
sino que se oiga en boca
de niños, mozos, viejos,
de damas y galanes,
de parientes y afectos:
«Este hombre quiso a Laura,
y Laura es quien le ha muerto».
Lo dejaría todo,
todo lo tiraría;
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú que no eres mi amor,
¡si me llamaras!
Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
-¡si me llamaras, sí; si me llamaras!-
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.
Nunca desde los labios que te beso,
nunca
desde la voz que dice: "No te vayas".
Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di: ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nueva vida
en donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que una colmena tenía
dentro de mi corazón;
y las doradas abejas
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas,
blanca cera y dulce miel.
Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.
Anoche cuando dormía
soñé ¡bendita ilusión!
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón
Caminando, caminando,
¡caminando!
Voy sin rumbo caminando,
caminando;
voy sin plata caminando,
caminando;
voy muy triste caminando,
caminando.
Está lejos quien me busca,
caminando;
quien me espera está más lejos,
caminando;
y ya empeñé mi guitarra,
caminando.
Ay,
las piernas se ponen duras,
caminando;
los ojos ven desde lejos,
caminando;
la mano agarra y no suelta,
caminando.
Al que yo coja y lo apriete,
caminando,
ese la paga por todos,
caminando;
a ese le parto el pescuezo,
caminando,
y aunque me pida perdón,
me lo como y me lo bebo,
me lo bebo y me lo como,
caminando…
Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.
*
¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
La luna y la calabaza
con las guindas en conserva.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Ciudad de dolor y almizcle,
con las torres de canela.
*
Cuando llegaba la noche,
noche que noche nochera,
los gitanos en sus fraguas
forjaban soles y flechas.
Un caballo malherido,
llamaba a todas las puertas.
Gallos de vidrio cantaban
por Jerez de la Frontera.
El viento, vuelve desnudo
la esquina de la sorpresa,
en la noche platinoche
noche, que noche nochera.
*
La Virgen y San José
perdieron sus castañuelas,
y buscan a los gitanos
para ver si las encuentran.
La Virgen viene vestida
con un traje de alcaldesa,
de papel de chocolate
con los collares de almendras.
San José mueve los brazos
bajo una capa de seda.
Detrás va Pedro Domecq
con tres sultanes de Persia.
La media luna, soñaba
un éxtasis de cigüeña.
Estandartes y faroles
invaden las azoteas.
Por los espejos sollozan
bailarinas sin caderas.
Agua y sombra, sombra y agua
por Jerez de la Frontera.
*
¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
Apaga tus verdes luces
que viene la benemérita.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Dejadla lejos del mar,
sin peines para sus crenchas.
*
Avanzan de dos en fondo
a la ciudad de la fiesta.
Un rumor de siemprevivas
invade las cartucheras.
Avanzan de dos en fondo.
Doble nocturno de tela.
El cielo, se les antoja,
una vitrina de espuelas.
*
La ciudad libre de miedo,
multiplicaba sus puertas.
Cuarenta guardias civiles
entran a saco por ellas.
Los relojes se pararon,
y el coñac de las botellas
se disfrazó de noviembre
para no infundir sospechas.
Un vuelo de gritos largos
se levantó en las veletas.
Los sables cortan las brisas
que los cascos atropellan.
Por las calles de penumbra
huyen las gitanas viejas
con los caballos dormidos
y las orzas de monedas.
Por las calles empinadas
suben las capas siniestras,
dejando detrás fugaces
remolinos de tijeras.
En el portal de Belén
los gitanos se congregan.
San José, lleno de heridas,
amortaja a una doncella.
Tercos fusiles agudos
por toda la noche suenan.
La Virgen cura a los niños
con salivilla de estrella.
Pero la Guardia Civil
avanza sembrando hogueras,
donde joven y desnuda
la imaginación se quema.
Rosa la de los Camborios,
gime sentada en su puerta
con sus dos pechos cortados
puestos en una bandeja.
Y otras muchachas corrían
perseguidas por sus trenzas,
en un aire donde estallan
rosas de pólvora negra.
Cuando todos los tejados
eran surcos en la tierra,
el alba meció sus hombros
en largo perfil de piedra.
*
¡Oh, ciudad de los gitanos!
La Guardia Civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te cercan.
¡Oh, ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Que te busquen en mi frente.
juego de luna y arena.
Federico García Lorca
Marea
Ixo Rai
Manuel Gutierrez, Antonio Cortés, Concha Tavora, Cristo Cortes, Luis De Almeria, Sabrina Romero & Vicente Pradal
Desde las entrañas de la Andalucía,
mojados con sangre de mi corazón,
te mando a Galicia, dulce Rosalía,
claveles atados con rayos de sol.
Caigan los claveles en tu calavera
manchando su blanco marfil de pasión,
y hagan el efecto de una cabellera
con trenzas de sangre nevada de olor.
Llevan el rocío de mi madrugada
pondrán en tu cráneo vacío mi amor,
y en tus huesos tristes, rumor de Granada
llenando de estrellas la noche cerrada
que como ceniza de sombra quemada
cubre la covacha de tu panteón.
El clavel es alma de esta tierra fuerte
cubierta de olivos palmeras y al son
que el Mediterráneo sobre el campo vierte,
el clavel asoma rojo entre el verdor
cual copa imposible que beba la muerte,
levantando el alma latina hacia Dios.
Ya ves Rosalía que mando a tus mares
lo que en este campo es estrella flor.
Mándame tú en cambio rumor de pinares
ruido de rebaño que vuelve a sus lares,
y el panal meloso de gaita y cantares
que se oye en tus campos al primer albor.
Quiero que consueles mi vida exaltada
a tiempo mi alma perdió su pastor.
Quiero que me cuentes tu vieja tonada
a la orilla tibia del hogar sentada
por toda la gente sin pan que sufrió.
Quiero que lloremos la melancolía
que sobre nosotros el cielo dejó,
pues vamos cargados con cruz de poesía
y nadie que lleva esta cruz descansó.
Junto a los cipreses que rompen el cielo
saludo a los sauces que tiene Padrón.
Quiero que con estos claveles sangrientos
llegue a tu sepulcro mi llanto y mi voz.
Con una mano escribo
y con la otra abro
las páginas
de un libro. Aquí está
la palabra,
que busqué
tantos años. ¿Merezco
repetirla
impunemente ahora,
mientras leo tu nombre
siempre vivo
en el piadoso mármol?
Abel Martín, Juan
de Mairena, conmigo
estáis oyendo
la apócrifa verdad,
peregrinando
por las abiertas páginas
de un libro, lejos ya
de los muros hostiles
que circundan
las letras de la fe.
Latino mar liberto
de Colliure, piedra sonora
entre las impasibles
violetas
sepulcrales, aquí
dejo caer sobre la tierra
calladamente
la palabra más tuya.
La recuerdo muy bien y no porque en sus labios
se trajera cerezas de los Valles del Jerte
sino porque, ya ves, tenía en sus zapatos
polvo de todos los caminos.
La recuerdo muy bien tan solo su mirada
era el lugar del mundo donde no había un Vietnam.
Viajaba en su mochila una andadura larga
y un libro de poemas, mira tú.
Dulce muchacha triste recorría caminos
en busca de una risa en donde descansar.
Tenía en su mente una ciudad con columpios de agua
y mercados de arena en las esquinas…
Hace tiempo, —le dije—, que cortaron al hombre
una antigua costumbre de volar que tenía.
Solo seremos nuestros el día que consigamos
ver nacer a los niños con alas.
Dibujó un barco azul sobre un mar amarillo
y me lo regaló oculto en una concha.
Después se fue. No he podido encontrarla
en ningún sitio del aire y de la tierra.
No sé bien qué fue de ella. Un amigo me dijo
que murió cuando supo que no es un rock la vida.
Otros me aseguraron que envejeció de pronto
y se paró a dormir al lado de un camino.
´—¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace
no debe decir mentira.
Allí respondiera el moro,
bien oiréis lo que diría:
—Yo te lo diré, señor,
aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro
y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho
mi madre me lo decía
que mentira no dijese,
que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey,
que la verdad te diría.
—Yo te agradezco, Abenámar,
aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?
¡Altos son y relucían!
—El Alhambra era, señor,
y la otra la mezquita,
los otros los Alixares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra,
otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,
huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,
castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
—Si tú quisieses, Granada,
contigo me casaría;
daréte en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.
—Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.
Cuando busco el verano en un sueño vacío,
cuando te quema el frío si me coges la mano,
cuando la luz cansada tiene sombras de ayer,
cuando el amanecer es otra noche helada.
Cuando siento piedad por sentir lo que siento,
cuando no sopla el viento en ninguna ciudad,
cuando ya no se ama ni lo que se celebra,
cuando la nube negra se acomoda en mi cama.
Cuando juego mi suerte al verso que no escribo,
cuando solo recibo noticias de la muerte,
cuando corta la espada de lo que ya no existe,
cuando deshojo el triste racimo de la nada.
Cuando despierto y voto por el miedo de hoy,
cuando soy lo que soy en un espejo roto,
cuando cierro la casa porque me siento herido,
cuando es tiempo perdido preguntarme qué pasa.
Solo puedo pedirte que me esperes
al otro lado de la nube negra,
allí donde no quedan mercaderes
que venden soledades de ginebra.
Al otro lado de los apagones,
al otro lado de la luna en quiebra,
allí donde se escriben las canciones
con humo blanco de la nube negra.
Rosal, menos presunción
dónde están las clavellinas,
pues serán mañana espinas
las que ahora rosas son.
¿De qué sirve presumir,
rosal, de buen parecer,
si aún no acabas de nacer
cuando empiezas a morir?
Hace llorar y reír
vivo y muerto tu arrebol
en un día o en un sol;
desde el Oriente al ocaso,
va tu hermosura en un paso,
y en menos tu perfección.
Rosal, menos presunción
donde están las clavellinas,
pues serán mañana espinas
las que agora rosas son.
No es muy grande la ventaja
que tu calidad mejora:
si es tus mantillas la aurora,
es la noche tu mortaja.
No hay florecilla tan baja
que no te alcance de días;
y de tus caballerías,
por descendiente de la alba,
se está rïendo la malva,
cabellera de un terrón.
La plaza tiene una torre,
la torre tiene un balcón,
el balcón tiene una dama,
la dama una blanca flor.
ha pasado un caballero
-¡ quién sabe por qué pasó !-,
y se ha llevado la plaza,
con su torre y su balcón,
con su balcón y su dama
su dama y su blanca flor.
Dichoso el que un buen día sale humilde
y se va por la calle, como tantos
días más de su vida, y no lo espera
y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
y ve, pone el oído al mundo y oye,
anda, y siente subirle entre los pasos
el amor de la tierra, y sigue, y abre
su taller verdadero, y en sus manos
brilla limpio su oficio, y nos lo entrega
de corazón porque ama, y va al trabajo
temblando como un niño que comulga
mas sin caber en el pellejo, y cuando
se ha dado cuenta al fin de lo sencillo
que ha sido todo, ya el jornal ganado,
vuelve a su casa alegre y siente que alguien
empuña su aldabón, y no es en vano.
Yo escucho los cantos
de viejas cadencias,
que los niños cantan
cuando en corro juegan
y vierten en coro
sus almas que sueñan,
cual vierten sus aguas
las fuentes de piedra:
con monotonías
de risas eternas,
que no son alegres,
con lágrimas viejas,
que no son amargas
y dicen tristezas,
tristezas de amores
de antiguas leyendas.
En los labios niños,
las canciones llevan
confusa la historia
y clara la pena;
como clara el agua
lleva su conseja
de viejos amores,
que nunca se cuentan.
Jugando, a la sombra
de una plaza vieja,
los niños cantaban…
La fuente de piedra
vertía su eterno
cristal de leyenda.
Cantaban los niños
canciones ingenuas,
de un algo que pasa
y que nunca llega:
la historia confusa
y clara la pena.
Seguía su cuento
la fuente serena;
borraba la historia,
contaba la pena.
Paséabase el rey moro
por la ciudad de Granada,
desde la puerta de Elvira
hasta la de Vivarrambla.
Cartas le fueron venidas
cómo Alhama era ganada.
¡Ay de mi Alhama!
Por el Zacatín arriba
subido había a la Alhambra;
mandó tocar sus trompetas,
sus añafiles de plata,
porque lo oyesen los moros
que andaban por el arada.
¡Ay de mi Alhama!
Allí habló un viejo alfaquí,
la barba bellida y cana:
-¿Para qué nos llamas, rey,
a qué fue nuestra llamada?
-Para que sepáis amigos,
la gran pérdida de Alhama.
¡Ay de mi Alhama!
Este gran don Ramón de las barbas de chivo,
cuya sonrisa es la flor de su figura,
parece un viejo dios, altanero y esquivo,
que se animase en la frialdad de su escultura.
El cobre de sus ojos por instantes fulgura
y da una llama roja tras un ramo de olivo.
Tengo la sensación de que siento y que vivo
a su lado una vida más intensa y más dura.
Este gran don Ramón del Valle-Inclán me inquieta,
y a través del zodiaco de mis versos actuales
se me esfuma en radiosas visiones de poeta,
o se me rompe en un fracaso de cristales.
Yo le he visto arrancarse del pecho la saeta
que le lanzan los siete pecados capitales.
Rosa, rosae
y también el valor de pi,
y el recuerdo final
por los muertos
de la última guerra civil.
Así, así, así crecí.
Dulcemente educados,
en tardes de pavor,
conteniendo la risa
el grito y el amor,
sin comprender la fuerza
de un viento abrasador,
fuimos creciendo en filas
de dos en dos,
cruzando las ciudades,
los barrios, la ilusión,
dejando todo atrás
sin comprensión.
Rosa, rosae...
Tristemente avanzando
bajo la lluvia, el sol,
o el aire pavoroso
de un padre sin valor
después de amargas horas
de fuego y de terror...
Y la mudéjar torre
aupándose
sobre un barrio vacío
como ojo escrutador
testigo de la vida
la muerte y el dolor.
Rosa, rosae...
Salimos adelante,
nunca sé la razón,
quizás como testigos,
o náufragos o heridos,
para plasmar la voz
del que nunca la alzó
sobre el viejo mercado,
turbio y atroz,
de gritos y verduras
al frío o al calor
de los eternos días,
creciendo alrededor.
Cada otoño me duele más la vida
y mi dolor descarga más amargo,
pero es la vida misma el lance largo
que me vuelca rotundo a su embestida.
Vivir es una eterna despedida,
un sabor de distancia a nuestro cargo.
No he de poder rodar con tanto embargo,
no hay desembocadura a mi medida.
De estrella o de raíz será el diseño
de mi destino, ganaré la muerte,
convertiré la realidad en sueño.
Porque me pesa el mundo que me toca
vivir desarraigadamente mi suerte.
Para morir toda la vida es poca.
Aunque tinieblas amanezca, levántate,
por más que todo te lo impida, sé tú.
Mírame, óyelo.
Para morir toda la vida es poca.
Aunque no tengas nada que esperar
espera, busca,
aunque no tengas nada que encontrar,
aunque no tengas quien te escuche
habla, piensa, cuando nada tengas que hacer.
Escúchame, óyelo.
Para morir toda la vida es poca.
Si no tienes quien te ame
y no haya a quien amar
ámate tú, ámate tú todavía más
y vive, aunque no tengas nada que vivir,
vive, vive
aunque no tengas nada que vivir
escúchame, óyelo.
Para morir toda la vida es poca.
El señor Silicoso está completamente loco si se imagina que voy a darle una hormiga. Por el momento no pide más que una, creyendo que va a convencerme con su modestia, pero al principio (el 22 de noviembre por la tarde) pedía mucho más, quería cantidad de hormigueros, legiones de hormigas, prácticamente todas las hormigas. Está loco. No solamente no voy a darle la hormiga sino que tengo la intención de pasearme delante de su casa llevándola conmigo para hacerlo rabiar. Procederé de la manera siguiente: Primero me pondré mi corbata amarilla, y después de haber elegido la más esbelta y vivaz de mis hormigas, la soltaré para que se pasee por mi corbata. Habrá así un doble paseo, en el que yo iré y vendré frente a la casa del señor Silicoso y mi hormiga irá y vendrá por mi corbata. ¿He dicho un doble paseo? Más bien una apertura infinita de paseos en espiral, pues si bien la hormiga se pasea por mi corbata, mi corbata se pasea conmigo, la tierra me pasea en torno de la eclíptica, ésta se pasea a lo largo de la galaxia, que se pasea en torno de la estrella Beta del Centauro, y en ese preciso momento el señor Silicoso, que cree estar inmóvil, se asomará al balcón a tiempo para ver a mi hormiga perfectamente dibujada con todas sus patas y sus antenas sobre mi corbata amarilla que le parecerá, pobre hombre, una espada flamígera. Entonces empezará a soltar por boca y nariz una baba semejante al macramé, y su esposa e hijas acudirán para hacerle respirar sales y tenderlo en el canapé del salón. Salón que conozco demasiado bien, después de tantas veladas que he pasado bebiendo té casi frío junto a esa familia ávida de insectos.
Desde que estás lejos, tan lejos
como un tiempo o un planeta
que todavía desconocen los hombres
o que han olvidado con los años,
me asalta por la noche la sospecha
de que nunca más volveré a verte;
algo que en la mañana se reafirma
cuando te busco al otro lado de la cama
con la seguridad de quien se busca en el espejo,
y me sorprendo al no encontrarte como estabas
hace unos días, dormida entre mis brazos.
Me asaltan ciertas dudas por la noche,
ciertos sueños, sudores, pesadillas,
y no concibo los motivos que rodean
al hecho de que ahora estés tan lejos;
tan lejos como un tiempo o un planeta
que todavía no ha llegado ni se espera.
Cerca de cincuenta años
caminando
contigo, Poesía.
Al principio
me enredabas los pies
y caía de bruces
sobre la tierra oscura
o enterraba los ojos
en la charca
para ver las estrellas.
Más tarde te ceñiste
a mí con los dos brazos de la amante
y subiste
en mi sangre
como una enredadera.
Luego
te convertiste
en copa.
Hermoso
fue
ir derramándote sin consumirte,
ir entregando tu agua inagotable,
ir viendo que una gota
caía sobre un corazón quemado
y desde sus cenizas revivía.
Pero no me bastó tampoco.
Tanto anduve contigo
que te perdí el respeto.
Dejé de verte como
náyade vaporosa
te puse a trabajar de lavandera,
a vender pan en las panaderías,
a hilar con las sencillas tejedoras,
a golpear hierros en la metalurgia.
Y seguiste conmigo
andando por el mundo,
pero tú ya no eras
la florida
estatua de mi infancia.
Hablabas
ahora
con voz férrea.
Tus manos
fueron duras como piedras.
Tu corazón
fue un abundante
manantial de campanas,
elaboraste pan a manos llenas,
me ayudaste a no caer de bruces,
me buscaste
compañía,
no una mujer,
no un hombre,
sino miles, millones.
Juntos, Poesía,
fuimos
al combate, a la huelga,
al desfile, a los puertos,
a la mina,
y me reí cuando saliste
con la frente manchada de carbón
o coronada de aserrrín fragante
de los aserraderos.
Y no dormíamos en los caminos.
Nos esperaban grupos
de obreros con camisas
recién lavadas y banderas rojas.
Y tú, Poesía,
antes tan desdichadamente tímida,
a la cabeza
fuiste
y todos
se acostumbraron a tu vestidura
de estrella cotidiana,
porque aunque algún relámpago delató tu familia
cumpliste tu tarea,
tu paso entre los pasos de los hombres.
Yo te pedí que fueras
utilitaria y útil,
como metal o harina,
dispuesta a ser arado,
herramienta,
pan y vino,
dispuesta, Poesía,
a luchar cuerpo a cuerpo
y a caer desangrándote.
Y ahora,
Poesía,
gracias, esposa,
hermana o madre
o novia,
gracias, ola marina,
azahar y bandera,
motor de música,
largo pétalo de oro,
campana submarina,
granero
inextinguible,
gracias,
tierra de cada uno
de mis días,
vapor celeste y sangre
de mis años,
porque me acompañaste
desde la más enrarecida altura
hasta la simple mesa
de los pobres,
porque pusiste en mi alma
sabor ferruginoso
y fuego frío,
porque me levantaste
hasta la altura insigne
de los hombres comunes,
Poesía,
porque contigo
mientras me fui gastando
tú continuaste
desarrollando tu frescura firme,
tu ímpetu cristalino,
como si el tiempo
que poco a poco me convierte en tierra
fuera a dejar corriendo eternamente
las aguas de mi canto.
Hablemos sin cuchillos en las manos
Hablemos sin quemarnos las banderas
Con razones, sin sangre en las aceras
Con libertad, sin ira, como hermanos
Hablemos de palabras, no de idiomas
Digamos "te respeto", "no te vayas"
Sin ver puntos finales donde hay comas
Sin ver desiertos donde solo hay playas
La justicia consiste en ser iguales
La igualdad, en poder ser diferentes
La esperanza, en querer mover montañas
Que aprendan a pensar en nuestra gente
Abrir ventanas, sin romper cristales,
Hay sitio para todos en España.
Benjamín Prado
Benjamín Prado. (Fondo musical de Rozalén cantando "La belleza" de L. E. Aute)
Amé, quise, estimé mansos rigores;
Serví, sufrí, esperé locos desvelos;
Mostré, dije, escribí locos amores;
Sentí, lloré, temí tiranos celos;
Gocé, tuve, alcancé dulces favores;
Dejé, perdí, olvidé vanos recelos.
Testigos fueron de la gloria mía
Muda la noche y pregonero el día.
¿No has visto providente y oficiosa
Mover el aire iluminada abeja
Que, hasta beber la púrpura a la rosa
Ya se acerca cobarde, y ya se aleja?
¿No has visto enamorada mariposa
Dar cercos a la luz, hasta que deja
El monumento fácil abrasadas
Las alas de color tornasoladas?
Así mi amor cobarde muchos días
Tornos hizo a la rosa y a la llama,
Temor, que ha sido entre cenizas frías
Tantas veces llorado de quien ama;
Pero el amor, que vence con porfías,
Y la ocasión, que con disculpas llama,
Me animaron, y la abeja y mariposa
Quemé las alas, y llegué a la rosa.
...Y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen , incluso,
palabras
de amor. Pero
se aman
de dos en dos
para
odiar de mil
en mil. Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen -nada
más que parecen- felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen, como
no puedo yo ocultarla
por más tiempo; esta
desesperante, estéril, larga
ciega desolación por cualquier cosa
que —hacia donde no sé—, lenta, me arrastra.
La sombra de la víbora no tiene veneno. Entre las vïoletas se enrosca el Tiempo. Y ya, compañerita de mis edades, te lo agradezco todas las armas que no empleaste.
Los besos de la guerra desgarran mi aire. Se enzarza Eva pequeña con mil Adanes. Y yo, compañerita, tan cerca y lejos, como tú sabes, lo que no hiciste te lo agradezco.
Tu amor en esta selva se va desprendiendo de amor, y queda un blanco de fruto tierno. Y aquí, compañerita, por las aljabas del mal no hecho mi cuerpo herido te da las gracias.
Sangrando la paloma, la sierpe helada. ¡La vida tras tus ojos, tu furia mansa! Y tú, compañerita de mis escuelas, por tanta nada tan pïadosa bendita seas.
Al analizar una lágrima
y una gota de mar,
el del laboratorio no sabría cuál era cuál.
(Una lágrima se compone de agua y sal,
de agua y sal igual se compone una gota de mar.)
Pero encima están las enzimas
— azúcar, proteínas —
ambas exterminan la enfermedad.
Claro que, si hay mucha enzima encima, malo.
También en gran cantidad,
muchas gotas de mar te ahogan,
muchas lágrimas de amor te ahogan.
Sigo — y que el lector no se asombre —,
analizando la lágrima se sabe
si es de mujer u hombre.
Y es a lo que iba,
y es por eso,
que hasta en el dolor
se manifiesta el sexo.
Porque son ya seis años desde entonces,
porque no hay en la tierra, todavía,
nada que sea tan dulce como una habitación
para dos, si es tuya y mía;
porque hasta el tiempo, ese pariente pobre
que conoció mejores días,
parece hoy partidario de la felicidad,
cantemos, alegría!
Y luego levantémonos más tarde,
como domingo. Que la mañana plena
se nos vaya en hacer otra vez el amor,
pero mejor: de otra manera
que la noche no puede imaginarse,
mientras el cuarto se nos puebla
de sol y vecindad tranquila, igual que el tiempo,
y de historia serena.
El eco de los días de placer,
el deseo, la música acordada
dentro en el corazón, y que yo he puesto apenas
en mis poemas, por romántica;
todo el perfume, todo el pasado infiel,
lo que fue dulce y da nostalgia,
¿no ves cómo se sume en la realidad que entonces
soñabas y soñaba?
La realidad —no demasiado hermosa—
con sus inconvenientes de ser dos,
sus vergonzosas noches de amor sin deseo
y de deseo sin amor,
que ni en seis siglos de dormir a solas
las pagaríamos. Y con
sus transiciones vagas, de la traición al tedio,
del tedio a la traición.
La vida no es un sueño, tú ya sabes
que tenemos tendencia a olvidarlo.
Pero un poco de sueño, no más, un si es no es
por esta vez, callándonos
el resto de la historia, y un instante
—mientras que tú y yo nos deseamos
feliz y larga vida en común—, estoy seguro
que no puede hacer daño.
Tengo el infinito tatuado en la retina
de mirar al cielo.
Soy un joven aprendiz de necio
que sobrevivió al incendio de la libertad
pero tengo en el cerebro
quemaduras de tercer grado
que aún supuran miedo.
Tengo el infinito tatuado.
He bailado con los galgos abandonados de mi barrio
al son de una lata de sardinas
canciones populares que sólo se cantaron una vez,
he masticado los chicles del amor hasta el desgaste,
he robado, he mentido,
me he drogado hasta perder la identidad,
he reído cataratas y he llorado mariposas
pero nunca
he dejado de mirar al cielo.
Toda una vida buscando respuesta
a preguntas que no he sabido ni formular.
Y sigo rindiéndome.
Y sigo siendo aquel niño caprichoso
que se encierra en su cuarto enfurruñado
para escribir que quisiera ser halcón.
En vez de luchar.
En vez de saltar
y salir volando por el balcón.
Y sigo dejando que mi ego maneje mis palabras,
mis obras
y sobre todo mi omisión.
Y sigo mirando al cielo
con los pies en la tierra.
No busco dios.
No busco perfección.
Busco un sueño infantil,
una nube de la que colgarme.
Pero me absorbe la espiral del infinito
y me tatúa su canción en la retina.
Soy un trozo roto del viento
que a veces no sabe volar.
Pero seguiré recolectando tropiezos
hasta que ya no queden piedras.
Y seguiré jugando, arriesgando,
derrapando en las esquinas,
exprimiéndole las ubres al reloj
y saboreando cada calada de vida
porque lo efímero es volátil
y el infinito
puede esperar.
Toma y toma la llave de Roma,
porque en Roma hay una calle,
en la calle hay una casa,
en la casa hay una alcoba,
en la alcoba hay una cama,
en la cama hay una dama,
una dama enamorada,
que toma la llave,
que deja la cama,
que deja la alcoba,
que deja la casa,
que sale a la calle,
que toma una espada,
que corre en la noche,
matando al que pasa,
que vuelve a su calle,
que vuelve a su casa,
que sube a su alcoba,
que se entra en su cama,
que esconde la llave,
que esconde la espada,
quedándose Roma
sin gente que pasa,
sin muerte y sin noche,
sin llave y sin dama.
Dejadme llorar a mares,
Largamente y como los sauces.
Largamente y sin consuelo,
Podéis doleros…
Pero dejadme.
Los álamos carolinos
Podrán, si quieren, consolarme,
Vosotros…Como hace el viento…
Podéis doleros… Pero dejadme.
Veo en los álamos, veo,
Temblando, sombras de duelo,
Una a una, hojas de sangre.
Ya no podéis ampararme.
Negros álamos transidos.
¡Qué oscuro caer amigos!
Vidas que van y vienen.
¡Ay, álamos de la muerte!.
El diablo hocicudo,
ojipelambrudo,
cornicapricudo,
pernicolimbrudo
y rabudo,
zorrea,
pajarea,
mosquicojonea,
humea,
ventea,
peditrompetea
por un embudo.
Amar y danzar,
beber y saltar,
cantar y reír,
oler y tocar,
comer, fornicar,
dormir y dormir,
llorar y llorar.
Mandroque, mandroque,
diablo palitroque.
¡Pío, pío, pío!
Cabalgo y me río,
me monto en un gallo
y en un puercoespín,
un burro, en caballo,
en camello, en oso,
en rana, en raposo
y en un cornetín.
Verijo, verijo,
diablo garavijo.
¡Amor hortelano,
desnudo, oh verano!
Jardín del Amor.
En un pie el manzano
y en cuatro la flor.
(Y sus amadores,
céfiros y flores
y aves por el ano.)
Virojo, pirojo,
diablo trampantojo.
El diablo liebre,
tiebre,
sítiebre
notiebre,
sipilitiebre,
y su comitiva
chiva,
estiva,
sipilipitriva,
cala,
empala,
desala,
traspala,
apuñala
con su lavativa.
Saltan escaleras,
corren tapaderas,
revientan calderas.
En los orinales
letales, mortales,
los más infernales
pingajos, zancajos,
tristes espantajos
finales.
Guadaña, guadaña,
diablo telaraña.
El beleño,
el sueño,
el impuro,
oscuro,
seguro,
botín,
el llanto,
el espanto
y el diente
crujiente
sin
fin.
Pintor en desvelo:
tu paleta vuela al cielo,
y en un cuerno,
tu pincel baja al infierno.