viernes, julio 31, 2015

A la soledad me vine


A la soledad me vine
por ver si encontraba el río
del olvido.
Y en la soledad no había
más que soledad sin río.

Cuando se ha visto la sangre,
en la soledad no hay río
del olvido.
Lo hubiera, y nunca sería
el del olvido.

Rafael Alberti

Miguel Poveda

Soledad Bravo y Rafael Alberti

Vals de los enamorados y unidos hasta siempre


No salieron jamás
del vergel del abrazo.
Y ante el rojo rosal
de los besos rodaron.

Huracanes quisieron
con rencor separarlos.
Y las hachas tajantes
y los rígidos rayos.

Aumentaron la tierra
de las pálidas manos.
Precipicios midieron,
por el viento impulsados
entre bocas deshechas.
Recorrieron naufragios,
cada vez más profundos
en sus cuerpos sus brazos.

Perseguidos, hundidos
por un gran desamparo
de recuerdos y lunas
de noviembres y marzos,
aventados se vieron
como polvo liviano:
aventados se vieron,
pero siempre abrazados.

Miguel Hernández

Francisco Curto

Estos poemas


Estos poemas los desencadenaste tú,
como se desencadena el viento,
sin saber hacia dónde ni por qué.
Son dones del azar o del destino,
que a veces
la soledad arremolina o barre;
nada más que palabras que se encuentran,
que se atraen y se juntan
irremediablemente,
y hacen un ruido melodioso o triste,
lo mismo que dos cuerpos que se aman.

Ángel González

Pedro Guerra

jueves, julio 30, 2015

La nobleza de la condición


Todos -casi todos- esconden un puñal.
Cautos a la espera del momento mejor para clavarlo.
En tanto, sonríen, saludan, ponen buena cara,
pues algún gesto o cara hay que poner…

Los perros de la envidia, los osos arrogantes,
el orgullo como gigantes hormigas,
la altivez espantosa, la ingente vanidad
egomaníaca y en tiña como un pez enfermo,

llenan ese cóctel que es pura apariencia
solo batintín de palabras cordiales pero huecas.
El puñal y la horda aguardan su momento.

Cuando llegue, todo será carnicería y fango.
Aplastados, heridos, humillados o rotos entre sí
los altaneros hombres celebran su destino.

Luis Antonio de Villena

Luis Educardo Aute

martes, julio 28, 2015

Blues del amo


Va a hacer diecinueve años
que trabajo para un amo.
Hace diecinueve años que me da la comida
y todavía no he visto su rostro.

No he visto al amo en diecinueve años
pero todos los días yo me miro a mí mismo
y voy sabiendo poco a poco
cómo es el rostro de mi amo.

Va a hacer diecinueve años
que salgo de mi casa y hace frío
y luego entro en la suya y me pone una luz
amarilla encima de la cabeza...

Y todo el día escribo dieciséis
y mil y dos y ya no puedo más.
Y luego salgo al aire y es de noche
y vuelvo a casa y no puedo vivir.

Cuando vea a mi amo le preguntaré
lo que son mil y dieciséis
y por qué me pone una luz encima de la cabeza.

Cuando esté un día delante de mi amo,
veré su rostro, miraré en su rostro
hasta borrarlo de él y de mí mismo.

Antonio Gamoneda

Loquillo

lunes, julio 27, 2015

Canción del naranjo seco


(A Carmen Morales)

Leñador.
Córtame la sombra.
Líbrame del suplicio
de verme sin toronjas.

¿Por qué nací entre espejos?
El día me da vueltas.
Y la noche me copia
en todas sus estrellas.

Quiero vivir sin verme.
Y hormigas y vilanos,
soñaré que son mis
hojas y mis pájaros.

Leñador.
Córtame la sombra.
Líbrame del suplicio
de verme sin toronjas.

Federico García Lorca

Marta Gómez

Niño


Rueda que irás muy lejos.
Ala que irás muy alto.
Torre del día, niño.
Alborear del pájaro.

Niño: ala, rueda, torre,
pie, pluma, espuma, rayo.
Ser como nunca ser.
Nunca serás en tanto.

Eres mañana. Ven
con todo de la mano.
Eres mi ser que vuelve
hacia su ser más claro.
El universo eres,
que guía esperanzado.

Pasión del movimiento:
la tierra es tu caballo.
Cabálgala. Domínala.
Y brotará en su casco
su piel de vida y muerte
de sombra y luz, piafando.

Asciende, rueda, vuela,
creador del alba y mayo.
Galopa. Ven. Y colma
el fondo de mis brazos.

Miguel Hernández

Paco Damas y Pastora Soler

domingo, julio 26, 2015

Estoy a gusto en mi herida


Es una herida tan bella,
que estoy sufriendo por ella
y estoy a gusto en mi herida.

Por ella me desespero,
muerdo la flor de la tuera,
vivo como si viviera
en medio de un avispero.

Por ella estoy que me muero,
y a pesar de andar metida
en vida tan dolorida,
sufro sola, sangro sola
al compás de la amapola,
y estoy a gusto en mi herida.

Sé que recrearme así
en esta herida fatal
solamente agrupa el mal
sobre la triste de mí.

Sé que de este frenesí
he de salir tan vencida
como la hoja caída
antes del otoño amargo,
y lo espero, sin embargo,
y estoy a gusto en mi herida.

Por Juan moriré a pedazos,
lo sé, pero no me asusto,
que ya muero por mi gusto
en más de dos o tres plazos.

Solos se me abren los brazos
a su presencia querida,
y aunque se cansa mi vida
de tenerlos siempre abiertos,
aguardo amores inciertos,
y estoy a gusto en mi herida.

Desde que entré en las prisiones
de esta rabiosa pasión
tengo, en vez de un corazón,
no sé cuántos corazones.

Siento en el pecho millones,
y en cada uno él anida:
por eso, desatendida
y sin amor como estoy,
uno a uno se los doy,
y estoy a gusto en mi herida.

Miguel Hernández

Lucía Izquierdo

Como los erizos


"Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos.

¿Qué queda de las alegrías y penas del amor cuando éste desaparece? Nada, o peor que nada; queda el recuerdo de un olvido. Y menos mal cuando no lo punza la sombra de aquellas espinas; de aquellas espinas, ya sabéis.

Las siguientes páginas son el recuerdo de un olvido."

Luis Cernuda

Silvia Comes y Lidia Pujol

sábado, julio 25, 2015

El sol, la rosa y el niño



El sol, la rosa y el niño
flores de un día nacieron.
Los de cada día son
soles, flores, niños nuevos.

Mañana no seré yo:
otro será el verdadero.
Y no seré más allá
de quien quiera su recuerdo.

Flor de un día es lo más grande
al pie de lo más pequeño.
Flor de la luz del relámpago,
y flor del instante el tiempo.

Entre las flores te fuiste.
Entre las flores me quedo.

Miguel Hernández

Vicente Monera

Paco Damas

Carmen Linares

viernes, julio 24, 2015

Canción del gitano apaleado



Veinticuatro bofetadas.
Veinticinco bofetadas;
después, mi madre, a la noche,
me pondrá en papel de plata.

Guardia civil caminera,
dadme unos sorbitos de agua.
Agua con peces y barcos.
Agua, agua, agua, agua.

¡Ay, mandor de los civiles
que estás arriba en tu sala!
¡No habrá pañuelos de seda
para limpiarme la cara!

Federico García Lorca

Ana Belén y Kiko Veneno

Aguaviva

lunes, julio 20, 2015

Hermano


Hermano... tuya es la hacienda...
la casa, el caballo y la pistola...
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo...
mas yo te dejo mudo... ¡mudo!...
Y ¿cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?

León Felipe

Aguaviva

Antonio Portanet

Masa


Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...

César Vallejo

Silvio Rodríguez y Pablo Milanés

Aguaviva

martes, julio 07, 2015

No te quiero sino porque te quiero. (Soneto LXVI)


No te quiero sino porque te quiero
y de quererte a no quererte llego
y de esperarte cuando no te espero
pasa mi corazón del frío al fuego.

Te quiero sólo porque a ti te quiero,
te odio sin fin, y odiándote te ruego,
y la medida de mi amor viajero
es no verte y amarte como un ciego.

Tal vez consumirá la luz de enero,
su rayo cruel, mi corazón entero,
robándome la llave del sosiego.

En esta historia sólo yo me muero
y moriré de amor porque te quiero,
porque te quiero, amor, a sangre y fuego.

Pablo Neruda

Antonio Vega

La zapatera prodigiosa


La señora zapatera,
al marcharse su marido,
ha montado una taberna
donde acude el señorío...

¿Quién te compra, zapatera,
el paño de tus vestidos
y esas chambras de batista
con encajes de bolillos?

Ya la corteja el alcalde,
ya la corteja don Mirlo;
zapatera, zapatera,
zapatera, ¡te has lucido!

Federico García Lorca

Esteban Valdivieso