Lleva gafas muy gruesas
y un ajado impermeable.
Está muerta de miedo.
A duras penas, grita.
Con los pies y los puños
la emprende con la puerta
blindada del garaje.
Uno de los tacones
se le rompe. Se quita
los zapatos. Descalza,
es mayor todavía
su desamparo. Sigue
golpeando hasta hacerse
sangre. Todo es inútil.
Ya se acercan. El cielo
se rompe en mil pedazos.
En Salamanca, el último noviembre,
te encontré por la calle, tan delgada
como entonces, pero con más arrugas.
Dabas clase de no sé qué muy raro
(Textología, por ejemplo) y eras
muy feliz explicando a tus alumnos
lo divino y lo humano. Me dijiste
que tus hijos quedaron en Madrid,
con su padre, y que solo los veías
-ya eran mayores- tres o cuatro veces
al año; que te habías doctorado
(¡por fin!) y que ahora solo te faltaba
ser funcionaria para ver el mundo
desde el lugar que merecías.
Yo
te dije que bueno, que pasaba
por allí casualmente, que tenía
un amigo escritor en Salamanca
y que había venido a visitarlo.
¿Tú me dijiste: “¿Tienes mucha prisa
o podemos tomarnos algo juntos?”
Después de muchas copas, con el alba
siguiendo nuestra pista, te lo dije:
“Desde entonces no ha habido otra mujer”.
Y en mi interior bullía la mentira
al alimón con el deseo, y todo
-aquel horrible bar, tú y yo, la noche-
era tan esperpéntico y absurdo
que se parecía a la vida.
Me dices que Juan Luis no te comprende,
que solo piensa en sus computadoras
y que no te hace caso por las noches.
Me dices que tus hijos no te sirven,
que solo dan problemas, que se aburren
de todo y que estás harta de aguantarlos.
Me dices que tus padres ya están viejos,
que se han vuelto tacaños y egoístas
y ya no eres su reina como antes.
Me dices que has cumplido los cuarenta
y que no es fácil empezar de nuevo,
que los únicos hombres con que tratas
son colegas de Juan en IBM
y no te gustan los ejecutivos.
Y yo, ¿qué es lo que pinto en esta historia?
¿Qué quieres que haga yo? ¿Que mate a alguien?
¿Que dé un golpe de estado libertario?
Te quise como un loco. No lo niego.
Pero eso fue hace mucho, cuando el mundo
era una reluciente madrugada
que no quisiste compartir conmigo.
La nostalgia es un burdo pasatiempo.
Vuelve a ser la que fuiste. Ve a un gimnasio,
píntate más, alisa tus arrugas
y ponte ropa sexy, no seas tonta,
que a lo mejor Juan Luis vuelve a mimarte,
y tus hijos se van a un campamento,
y tus padres se mueren.
Digamos que hago cosas raras.
No me gustan los caminos rectos si no son hasta tu boca.
Por eso dí un rodeo hasta para olvidarte.
Y nunca quise olvidarte pero me va haciendo falta.
Y he seguido haciendo cosas raras.
He intentado descolgarme las heridas de la piel.
Igual que una camiseta de la cuerda de tender.
Lo mismo que un cuadro de un museo.
Volví a conducir rápido. Suicida.
Para adelantar de noche a mis temores.
Como digo, hago cosas raras.
Te busco en los botes vacíos de la despensa.
Aún veo a la primavera temblar en nuestras fotos.
En las discotecas sólo hay fast food.
Ningún alma que llevarse a la boca.
Me hago un torniquete en la memoria.
Para que no se desboquen los recuerdos.
Por si lo olvidaste, hago cosas raras.
Y corro, de un lugar a otro.
Mi cabeza ya lo entiende pero no mi corazón.
Corro hacia las piernas de la noche.
Corro hacia las sílabas de otro cuerpo.
Corro, corro, corro.
Y no sirve de nada.
Y lo sigo haciendo.
Y no sirve de nada.
Y lo sigo haciendo.
Y no sirve de nada.
Y lo sigo haciendo.
Y no sirve de nada.
Si algo he aprendido es que
se puede huir de todo menos de lo que se pierde.
¿Has entrado en los ojos de un refugiado?
¿Has visto las puertas del desánimo?
¿Has ido descalzo por los pasillos del dolor
que se abre en sus cabezas?
¿Has visto la larga fila de la desgracia
caminar desde el horror hacia lo incierto?
¿Sabes que mi padre es palestino?
¿Sabes que mi padre es refugiado?
¿Has dejado tu infancia y tu adolescencia
en un lugar para ir a buscarte lejos de quien fuiste?
¿Has visto la piel de Europa cubierta de blindajes,
sus fronteras cayendo sobre el corazón
de los niños de la guerra,
de los padres más rotos del mundo?
¿Te das cuenta de esas vallas
que frenan el destino de quien
nació con menos suerte que nosotros?
¿Sabes si las hormigas de esperanza
pueden con las ballenas de tristeza de sus hombros?
¿Has visto las maletas llenas de nada
de quien deja atrás su vida para siempre?
¿Has ido a tientas por un mundo ciego
que no recuerda que tú y yo fuimos ellos no hace mucho?
¿Has visto los pies y los omóplatos
de quien oye el ruido de las bombas a su espalda?
¿Y el lujo en las tiendas de campaña?
¿Lo has visto? ¿De verdad?
¿Has visto a los gobiernos sortearse
el porvenir de los más tristes del mundo?
¿Y la realidad reducida a sucias cifras,
la inhumanidad de la burocracia?
¿Y viste a este planeta
permitiendo la carnicería que trajo estos lodos,
el doble rasero que hay en cada guerra?
¿Has visto eso?
¿Todo ese dolor?
¿Y no has visto a tus hijos en los ojos de esos niños?
Me trae un vaso de leche, de noche cuando le llamo.
y me lee: El faro de los corazones extraviados.
De sus viajes me trae libros y máscaras de Venecia,
caleidoscopios, prismáticos y una muñeca de cuerda.
Escribe de madrugada versos que aún no entiendo.
-Si gano este premio, Alba, te compraré la Nintendo.
Me hace un pollo asado para chuparse los dedos
y chocolate con churros en los domingos de invierno.
Mi gigante preferido tiene las manos calientes,
tiene ojeras mi gigante pero nunca me miente.
Mi gigante preferido –se lo digo- fuma mucho,
y me trae chocolatinas, chocolatinas,
chocolatinas del mundo.
A veces nos peleamos; entonces desde el salón
le escribo un correíllo para pedirle perdón.
Jugamos al Veo veo, cuando vamos en el coche,
recogemos conchas, huesos de sepia y chapapote.
Si un día se pone malo mi gigante preferido
le llevaré a ese faro de corazones perdidos.
Mi gigante preferido tiene las manos calientes,
tiene ojeras mi gigante pero nunca me miente.
Mi gigante preferido –se lo digo- fuma mucho,
y me trae y me trae chocolatinas, chocolatinas,
chocolatinas del mundo.