Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros,
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso,
De mí murmuran y exclaman:
—Ahí va la loca soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.
—Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha,
Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.
Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños,
Sin ellos, ¿cómo admiraros ni cómo vivir sin ellos?
El hombre imaginario
vive en una mansión imaginaria
rodeada de árboles imaginarios
a la orilla de un río imaginario
De los muros que son imaginarios
penden antiguos cuadros imaginarios
irreparables grietas imaginarias
que representan hechos imaginarios
ocurridos en mundos imaginarios
en lugares y tiempos imaginarios
Todas las tardes tardes imaginarias
sube las escaleras imaginarias
y se asoma al balcón imaginario
a mirar el paisaje imaginario
que consiste en un valle imaginario
circundado de cerros imaginarios
Sombras imaginarias
vienen por el camino imaginario
entonando canciones imaginarias
a la muerte del sol imaginario
Y en las noches de luna imaginaria
sueña con la mujer imaginaria
que le brindó su amor imaginario
vuelve a sentir ese mismo dolor
ese mismo placer imaginario
y vuelve a palpitar
el corazón del hombre imaginario.
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,
cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy solo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.
Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente
para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.
II
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta
y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna
y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.
Siempre que iba a cantar
algo se interponía
y a mí no me importaba,
¡había tanto tiempo!
Mi canción se quedaba en el alero,
confiada,
meciéndose en la espera
cuajada de horizontes.
Si alguna vez con mudo gesto
antiguo
acaricio las cuerdas,
el aire se retira
y el corazón me late nuevamente
con aquellos latidos turbulentos,
heraldos de mi canto.
¡Ay, mi canción truncada!
Yo nunca tenía prisa
y la dejaba siempre,
amor,
para después.
A vosotros,
que cortáis la manzana de la muerte
con el anonimato de una guerra,
os pido caridad.
Por un Dios
en el que jamás he creído.
Por una Justicia
de la que desconfío.
Por el orden de un Mundo
que no respeto.
Para que renunciéis a vuestra guerra,
yo renuncio a mis dudas,
que son parte de mí
como la luz amarga
es parte del otoño.
Y escribo Dios, Justicia, Mundo,
y os pido caridad,
y os lo suplico.
Yo he visto mi alma en sueños...
En el etéreo espacio
donde los mundos giran,
un astro loco, un raudo
cometa con los rojos
cabellos incendiados...
Yo he visto mi alma en sueños
cual río plateado,
de rizas ondas lentas
que fluyen dormitando...
Yo he visto mi alma en sueños
era un estrecho y largo
corredor tenebroso,
de fondo iluminado....
Acaso mi alma tenga
risueña luz de campo,
y sus aromas lleguen
de allá, del fondo claro...
Yo he visto mi alma en sueños...
Era un desierto llano
y un árbol seco y roto
hacia el camino blanco.
Nana nena
(duerme pena).
Nana nena,
yo te acaricio
la melena.
Nana nena,
mañana serás
más buena.
Nana nena,
te acunan los hippies
del Sena.
Nana nena.
No dormiremos
la Nochebuena.
Ahora sí,
duerme nena
duerme pena
nana nena…
(¡La que se duerme soy yo!)
Están en algun sitio / concertados
desconcertados / sordos,
buscándose / buscándonos
bloqueados por los signos y las dudas
contemplando las verjas de las plazas
los timbres de las puertas / las viejas azoteas
ordenando sus sueños, sus olvidos
quizá convalecientes de su muerte privada
nadie les ha explicado con certeza
si ya se fueron o si no
si son pancartas o temblores
sobrevivientes o responsos
ven pasar árboles y pájaros
e ignoran a qué sombra pertenecen
cuando empezaron a desaparecer
hace tres cinco, siete ceremonias
a desaparecer como sin sangre
como sin rostro, y sin motivo
vieron por la ventana de su ausencia
lo que quedaba atrás / ese andamiaje
de abrazos cielo y humo
cuando empezaron a desaparecer
como el oasis en los espejismos
a desaparecer sin últimas palabras
tenían en sus manos los trocitos
de cosas que querían
están en algún sitio / nube o tumba
están en algún sitio / estoy seguro
allá en el sur del alma
es posible que hayan extraviado la brújula
y hoy, vaguen preguntando preguntando
dónde carajo queda el buen amor
porque vienen del odio
Quisiera cantar:
ser flor de mi pueblo.
Que me paciera una vaca
de mi pueblo.
Que me llevara en la oreja
un labriego de mi pueblo.
Que me escuchara la luna
de mi pueblo.
Que me mojaran los mares
y los ríos de mi pueblo.
Que me cortara una niña
de mi pueblo.
Que me enterrara la tierra
del corazón de mi pueblo.
Porque, ya ves, estoy solo,
sin mi pueblo.
(Aunque no estoy
sin mi pueblo).
Lleva gafas muy gruesas
y un ajado impermeable.
Está muerta de miedo.
A duras penas, grita.
Con los pies y los puños
la emprende con la puerta
blindada del garaje.
Uno de los tacones
se le rompe. Se quita
los zapatos. Descalza,
es mayor todavía
su desamparo. Sigue
golpeando hasta hacerse
sangre. Todo es inútil.
Ya se acercan. El cielo
se rompe en mil pedazos.
En Salamanca, el último noviembre,
te encontré por la calle, tan delgada
como entonces, pero con más arrugas.
Dabas clase de no sé qué muy raro
(Textología, por ejemplo) y eras
muy feliz explicando a tus alumnos
lo divino y lo humano. Me dijiste
que tus hijos quedaron en Madrid,
con su padre, y que solo los veías
-ya eran mayores- tres o cuatro veces
al año; que te habías doctorado
(¡por fin!) y que ahora solo te faltaba
ser funcionaria para ver el mundo
desde el lugar que merecías.
Yo
te dije que bueno, que pasaba
por allí casualmente, que tenía
un amigo escritor en Salamanca
y que había venido a visitarlo.
¿Tú me dijiste: “¿Tienes mucha prisa
o podemos tomarnos algo juntos?”
Después de muchas copas, con el alba
siguiendo nuestra pista, te lo dije:
“Desde entonces no ha habido otra mujer”.
Y en mi interior bullía la mentira
al alimón con el deseo, y todo
-aquel horrible bar, tú y yo, la noche-
era tan esperpéntico y absurdo
que se parecía a la vida.
Me dices que Juan Luis no te comprende,
que solo piensa en sus computadoras
y que no te hace caso por las noches.
Me dices que tus hijos no te sirven,
que solo dan problemas, que se aburren
de todo y que estás harta de aguantarlos.
Me dices que tus padres ya están viejos,
que se han vuelto tacaños y egoístas
y ya no eres su reina como antes.
Me dices que has cumplido los cuarenta
y que no es fácil empezar de nuevo,
que los únicos hombres con que tratas
son colegas de Juan en IBM
y no te gustan los ejecutivos.
Y yo, ¿qué es lo que pinto en esta historia?
¿Qué quieres que haga yo? ¿Que mate a alguien?
¿Que dé un golpe de estado libertario?
Te quise como un loco. No lo niego.
Pero eso fue hace mucho, cuando el mundo
era una reluciente madrugada
que no quisiste compartir conmigo.
La nostalgia es un burdo pasatiempo.
Vuelve a ser la que fuiste. Ve a un gimnasio,
píntate más, alisa tus arrugas
y ponte ropa sexy, no seas tonta,
que a lo mejor Juan Luis vuelve a mimarte,
y tus hijos se van a un campamento,
y tus padres se mueren.
Digamos que hago cosas raras.
No me gustan los caminos rectos si no son hasta tu boca.
Por eso dí un rodeo hasta para olvidarte.
Y nunca quise olvidarte pero me va haciendo falta.
Y he seguido haciendo cosas raras.
He intentado descolgarme las heridas de la piel.
Igual que una camiseta de la cuerda de tender.
Lo mismo que un cuadro de un museo.
Volví a conducir rápido. Suicida.
Para adelantar de noche a mis temores.
Como digo, hago cosas raras.
Te busco en los botes vacíos de la despensa.
Aún veo a la primavera temblar en nuestras fotos.
En las discotecas sólo hay fast food.
Ningún alma que llevarse a la boca.
Me hago un torniquete en la memoria.
Para que no se desboquen los recuerdos.
Por si lo olvidaste, hago cosas raras.
Y corro, de un lugar a otro.
Mi cabeza ya lo entiende pero no mi corazón.
Corro hacia las piernas de la noche.
Corro hacia las sílabas de otro cuerpo.
Corro, corro, corro.
Y no sirve de nada.
Y lo sigo haciendo.
Y no sirve de nada.
Y lo sigo haciendo.
Y no sirve de nada.
Y lo sigo haciendo.
Y no sirve de nada.
Si algo he aprendido es que
se puede huir de todo menos de lo que se pierde.
¿Has entrado en los ojos de un refugiado?
¿Has visto las puertas del desánimo?
¿Has ido descalzo por los pasillos del dolor
que se abre en sus cabezas?
¿Has visto la larga fila de la desgracia
caminar desde el horror hacia lo incierto?
¿Sabes que mi padre es palestino?
¿Sabes que mi padre es refugiado?
¿Has dejado tu infancia y tu adolescencia
en un lugar para ir a buscarte lejos de quien fuiste?
¿Has visto la piel de Europa cubierta de blindajes,
sus fronteras cayendo sobre el corazón
de los niños de la guerra,
de los padres más rotos del mundo?
¿Te das cuenta de esas vallas
que frenan el destino de quien
nació con menos suerte que nosotros?
¿Sabes si las hormigas de esperanza
pueden con las ballenas de tristeza de sus hombros?
¿Has visto las maletas llenas de nada
de quien deja atrás su vida para siempre?
¿Has ido a tientas por un mundo ciego
que no recuerda que tú y yo fuimos ellos no hace mucho?
¿Has visto los pies y los omóplatos
de quien oye el ruido de las bombas a su espalda?
¿Y el lujo en las tiendas de campaña?
¿Lo has visto? ¿De verdad?
¿Has visto a los gobiernos sortearse
el porvenir de los más tristes del mundo?
¿Y la realidad reducida a sucias cifras,
la inhumanidad de la burocracia?
¿Y viste a este planeta
permitiendo la carnicería que trajo estos lodos,
el doble rasero que hay en cada guerra?
¿Has visto eso?
¿Todo ese dolor?
¿Y no has visto a tus hijos en los ojos de esos niños?
Me trae un vaso de leche, de noche cuando le llamo.
y me lee: El faro de los corazones extraviados.
De sus viajes me trae libros y máscaras de Venecia,
caleidoscopios, prismáticos y una muñeca de cuerda.
Escribe de madrugada versos que aún no entiendo.
-Si gano este premio, Alba, te compraré la Nintendo.
Me hace un pollo asado para chuparse los dedos
y chocolate con churros en los domingos de invierno.
Mi gigante preferido tiene las manos calientes,
tiene ojeras mi gigante pero nunca me miente.
Mi gigante preferido –se lo digo- fuma mucho,
y me trae chocolatinas, chocolatinas,
chocolatinas del mundo.
A veces nos peleamos; entonces desde el salón
le escribo un correíllo para pedirle perdón.
Jugamos al Veo veo, cuando vamos en el coche,
recogemos conchas, huesos de sepia y chapapote.
Si un día se pone malo mi gigante preferido
le llevaré a ese faro de corazones perdidos.
Mi gigante preferido tiene las manos calientes,
tiene ojeras mi gigante pero nunca me miente.
Mi gigante preferido –se lo digo- fuma mucho,
y me trae y me trae chocolatinas, chocolatinas,
chocolatinas del mundo.
Cuando la vida embiste o rompe dentro
a toda luz, con todo sarcasmo,
Pablo Picasso-
Donde el mundo descompone su sistema
y en un clavo que da cuelga el harapo,
Pablo Picasso-
Tras las visibles mentiras siempre en blanco,
lo invisible y al rojo de tus cuadros,
Pablo Picasso-
En este cielo-infierno de los medios,
bajo un sol de justicia, toreando,
Pablo Picasso-
Con la estructura del ojo ferozmente
mineral, y sin engaños declarando,
Pablo Picasso-
Tras nuestro mundo aparente,
con la evidencia del rayo,
en la estructura mordiente,
donde se erizan los actos,
cuando, con, en, tras, yo digo
Pablo
Pablo Picasso-
Gloria Fuertes nació en Madrid
a los dos días de edad,
pues fue muy laborioso el parto de mi madre
que si se descuida muere por vivirme.
A los tres años ya sabía leer
y a los seis ya sabía mis labores.
Yo era buena y delgada,
alta y algo enferma.
A los nueve años me pilló un carro
y a los catorce me pilló la guerra;
a los quince se murió mi madre, se fue cuando más falta me hacía.
Aprendí a regatear en las tiendas
y a ir a los pueblos por zanahorias.
Por entonces empecé con los amores
-no digo nombres-,
gracias a eso, pude sobrellevar mi juventud de barrio.
Quise ir a la guerra, para pararla,
pero me detuvieron a mitad del camino.
Luego me salió una oficina,
donde trabajo como si fuera tonta
-pero Dios y el botones saben que no lo soy-.
Escribo por las noches
y voy al campo mucho.
Todos los míos han muerto hace años
y estoy más sola que yo misma.
He publicado versos en todos los calendarios,
escribo en un periódico de niños,
y quiero comprarme a plazos una flor natural
como las que le dan a Pemán algunas veces.
Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero, porque no muero.
En mí yo no vivo ya,
y sin Dios vivir no puedo,
pues sin él, y sin mí quedo,
¿este vivir qué será?
mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero,
muriendo, porque no muero.
Esta vida, que yo vivo
es privación de vivir,
y así es continuo morir,
hasta que viva contigo:
oye mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero,
que muero, porque no muero.
Estando ausente de ti,
¿qué vida puedo tener,
sino muerte padecer,
la mayor que nunca vi?
lástima tengo de mí,
pues de fuerte persevero,
que muero, porque no muero.
El pez que del agua sale,
aún de alivio no carece,
que en la muerte que padece,
al fin la muerte le vale;
¿qué muerte habrá que se iguale
a mi vivir lastimero,
pues si más vivo, más muero?
...
Sácame de aquesta muerte,
mi Dios, y dame la vida,
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte,
mira que peno por verte,
y mi mal es tan entero,
que muero, porque no muero.
Lloraré mi muerte ya,
y lamentaré mi vida,
en tanto, que detenida
por mis pecados está:
¡oh mi Dios, cuándo será,
cuando yo diga de vero
vivo ya, porque no muero!
Dices que buscas que buscas,
dices que buscas el ser.
Cuando lo encuentres le dices
que yo estoy en contra de él.
Ni el propio San Antonio
lo encontrará.
Lo que no se ha perdido
no se hallará.
¿Qué será el ser?
Buscas el ser por lo alto,
tan alto que yo me temo
que el ser que tú andas buscando
debe ser el Ser Supremo.
Una vez que lo encuentres
habláis los dos.
No os aclararéis mucho
ni tú ni Dios.
¿Qué será el ser?
No preguntes por el hombre,
menos por la explotación,
que la pregunta pregunte
su propia interrogación.
Y ya que preguntamos
preguntaré
por qué no te preguntas
este porqué:
¿qué será el ser?
Preguntar la realidad
sin intentar transformarla
eso es pasar por la vida
sin romperla ni mancharla.
Hay quién sigue caminos
que son igual
que el del sol cuando pasa
por el cristal.
¿Qué será el ser?
¿Qué es el ser, qué es el ser, qué es el
ser, qué es el ser, qué es el ser?
¿Qué es el ser, qué es el ser, qué es el
ser, qué es el ser, qué es el ser?
¿Qué es el ser, qué es el ser, qué es el ser?: el ser.
¿Qué es el ser, qué es el ser, qué es el ser?: el ser.
Eso es el ser.
Canta la rama el vuelo del pájaro que en ella se posó. Mi amor canta en todo lo que perdió. Se sabe lo que se calla pues en soledad respiró. En su luz mana el rostro que un día existió. La rama sin pájaro de tanto silencio se tronchó, y en lo perdido, sumo, el corazón se paró. Se calla lo que se sabe pues sólo habla el dolor. En interminable olvido sin rostro todo se hundió.
La niña del bello rostro
está cogiendo aceituna.
El viento, galán de torres,
la prende por la cintura.
Pasaron cuatro jinetes
sobre jacas andaluzas
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.
«Vente a Córdoba, muchacha».
La niña no los escucha.
Pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espadas de plata antigua.
«Vente a Sevilla, muchacha».
La niña no los escucha.
Cuando la tarde se puso
morada, con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.
«Vente a Granada, muchacha».
Y la niña no lo escucha.
La niña del bello rostro
sigue cogiendo aceituna,
con el brazo gris del viento
ceñido por la cintura.
Tú, cuya mano me ha bañado de un fuego transparente las espaldas, cuyos ojos en claros naufragios hundieron algunos principios elementales de mi alma, tú eres mi patria.
Tú, que no tienes apellido, que no sé si eres pájaro o si alcándara, que de todos tus brazos las letras de plomo cayéndose han ido, como si fueran nueces vanas, tú eres mis padres y mi patria.
Tú, que ni tú te acuerdas dónde tendiste a orear las nubes blancas, que de tantos amores que tienes confundes el nombre de todos los días de cada semana, tú eres mi Dios y mis padres y mi patria.
Tú, que tan dulcemente besas que el cielo bocabajo se volcaba, y que no se sabía de quién ya la lengua, de quién la saliva, de puro sabrosa y templada, tú eres mis leyes y mi Dios y mis padres y mi patria.
Tú, que apacientas calaveras por las praderas de la verde África y a los rojos leones les echas de pasto las rosas de leche de luna de Nuruquimagua, tú eres mi ejército y mis leyes y mi Dios y mis padres y mi patria.
Eres mi ejército y mis leyes y mi Dios y mis padres y mi patria, y el ejército y Dios y las leyes y todas las patrias y padres se creen que tú no eres nada: que no eres nada.
En un cortijo de Córdoba
entre jarales y adelfas,
vivía un talabartero
con una talabartera.
Ella era mujer arisca,
él, hombre de gran paciencia,
ella giraba en los veinte
y él pasaba de cincuenta.
Santo Dios, cómo reñían!
Miren ustedes la fiera,
burlando al débil marido
con los ojos y la lengua.
Cabellos de emperadora
tiene la talabartera,
y una carne como el agua
cristalina de Lucena.
Cuando movía las faldas
en tiempo de primavera
olía toda su ropa
a limón y a yerbabuena.
Ay, qué limón, limón
de la limonera!
Qué apetitosa
talabartera!
Ved cómo la cortejaban
mocitos en su presencia
en caballos relucientes
llenos de borlas de seda.
Gente cabal y garbosa
que pasaba por la puerta
haciendo brillar, alegre,
las onzas de sus cadenas.
La conversación a todos
daba la talabartera,
y ellos caracoleaban
sus jacas sobre las piedras.
Miradla hablando con uno
bien peinada y bien compuesta,
mientras el pobre marido
clava en el cuero la lezna.
Esposo viejo y decente
casado con joven tierna,
qué tunante caballista
roba tu amor en la puerta.
Un lunes por la mañana
a eso de las once y media,
cuando el sol deja sin sombra
los juncos y madreselvas,
cuando alegremente
bailan brisa y tomillo en la sierra
y van cayendo las verdes
hojas de las madroñeras,
regaba sus alhelíes
la arisca talabartera.
Llegó su amigo trotando
una jaca cordobesa
y le dijo entre suspiros:
Niña, si tú lo quisieras,
cenaríamos mañana
los dos solos, en tu mesa.
¿Y qué harás de mi marido?
Tu marido no se entera.
¿Qué piensas hacer? Matarlo.
Es ágil. Quizá no puedas.
¿Tienes revólver? ¡Mejor!
¡Tengo navaja barbera!
¿Corta mucho? Más que el frío.
Y no tiene ni una mella.
¿No has mentido? Le daré
diez puñaladas certeras
en esta disposición,
que me parece estupenda:
cuatro en la región lumbar,
una en la tetilla izquierda,
otra en semejante sitio
y dos en cada cadera.
¿Lo matarás en seguida?
Esta noche cuando vuelva
con el cuero y con las crines
por la curva de la acequia.
Fue en la edad de nuestro primer amor, cuando los mensajes son propicios al precoz embelesamiento y los suaves atardeceres toman un perfume dulcísimo en forma de muchacha azul o de mayo que desaparece, cuando unos hombres duros como el sol del verano ensangrentaban la tierra blasfemando de otros hombres tan duros como ellos; tenían prisa por matar para no ser matados y vimos asombrados con inocente pupila el terror de los fusilados amaneceres, las largas caravanas de camiones desvencijados en cuyo fondo los acurrucados individuos eran llevados a la muerte como acosada manada; era la guerra, el terror, los incendios, era la patria suicidada, eran los siglos podridos reventando; vimos las gentes despavoridas en un espanto de consignas atroces; iban y venían, insultaban, denunciaban, mataban, eran los héroes, decían golpeando las ventanillas de los trenes repletos de su carne de cañón; nosotros no entendíamos apenas el suplicio y la hora dulce de un jardín con alegría y besos; fueron noches salvajes de bombardeo, noticias lúgubres, la muerte banderín de enganche cada macilenta aurora; y héteme aquí solo ante mi vejez más próxima preguntar en silencio ¿qué fue de nuestro vuelo de remanso, por qué pagamos las culpas colectivas de nuestro viejo pueblo sanguinario; quién nos resarcirá de nuestra adolescencia destruida aunque no fuese a las trincheras?
Vanas son las preguntas a la piedra y mudo el destino insaciable por el viento; mas quiero hablar aquí de mi generación perdida, de su cólera, paloma en una sala de espera con un reloj parado para siempre; de sus besos nunca recobrados, de su alegría asesinada por la historia siniestra de un huracán terrible de locura.
Compañera
usted sabe
puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo
si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué deliro
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo
si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo
pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo
Como llevaba trenza
la llamábamos trencita en la tarde del jueves.
Jugábamos a montarnos en ella y nos llevaba
a una extraña región de la que nunca volveríamos.
Porque es casi imposible abandonar
aquel olor a tierra de su cabello sucio,
sus ásperas rodillas todavía con polvo
y con sangre de la última caída
y, sobre todo,
la nacarada nuca donde se demoraban
unas gotas de luz cuando ya luz no había.
Allí me dejó un día de verano
y jamás regresó
a recoger mi insomne pensamiento
que desde entonces vaga por sus brazos
corrigiendo su ruta, terco y contradictorio,
lo mismo que una hormiga que no sabe salir
de la rama de un árbol en el que se ha perdido.
No salieron jamás del vergel del abrazo. Y ante el rojo rosal de los besos rodaron.
Huracanes quisieron con rencor separarlos. Y las hachas tajantes y los rígidos rayos.
Aumentaron la tierra de las pálidas manos. Precipicios midieron, por el viento impulsados entre bocas deshechas. Recorrieron naufragios, cada vez más profundos en sus cuerpos sus brazos.
Perseguidos, hundidos por un gran desamparo de recuerdos y lunas de noviembres y marzos, aventados se vieron como polvo liviano: aventados se vieron, pero siempre abrazados.
Estos poemas los desencadenaste tú, como se desencadena el viento, sin saber hacia dónde ni por qué. Son dones del azar o del destino, que a veces la soledad arremolina o barre; nada más que palabras que se encuentran, que se atraen y se juntan irremediablemente, y hacen un ruido melodioso o triste, lo mismo que dos cuerpos que se aman.
Todos -casi todos- esconden un puñal. Cautos a la espera del momento mejor para clavarlo. En tanto, sonríen, saludan, ponen buena cara, pues algún gesto o cara hay que poner…
Los perros de la envidia, los osos arrogantes, el orgullo como gigantes hormigas, la altivez espantosa, la ingente vanidad egomaníaca y en tiña como un pez enfermo,
llenan ese cóctel que es pura apariencia solo batintín de palabras cordiales pero huecas. El puñal y la horda aguardan su momento.
Cuando llegue, todo será carnicería y fango. Aplastados, heridos, humillados o rotos entre sí los altaneros hombres celebran su destino.
Es una herida tan bella, que estoy sufriendo por ella y estoy a gusto en mi herida.
Por ella me desespero, muerdo la flor de la tuera, vivo como si viviera en medio de un avispero.
Por ella estoy que me muero, y a pesar de andar metida en vida tan dolorida, sufro sola, sangro sola al compás de la amapola, y estoy a gusto en mi herida.
Sé que recrearme así en esta herida fatal solamente agrupa el mal sobre la triste de mí.
Sé que de este frenesí he de salir tan vencida como la hoja caída antes del otoño amargo, y lo espero, sin embargo, y estoy a gusto en mi herida.
Por Juan moriré a pedazos, lo sé, pero no me asusto, que ya muero por mi gusto en más de dos o tres plazos.
Solos se me abren los brazos a su presencia querida, y aunque se cansa mi vida de tenerlos siempre abiertos, aguardo amores inciertos, y estoy a gusto en mi herida.
Desde que entré en las prisiones de esta rabiosa pasión tengo, en vez de un corazón, no sé cuántos corazones.
Siento en el pecho millones, y en cada uno él anida: por eso, desatendida y sin amor como estoy, uno a uno se los doy, y estoy a gusto en mi herida.
"Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos.
¿Qué queda de las alegrías y penas del amor cuando éste desaparece? Nada, o peor que nada; queda el recuerdo de un olvido. Y menos mal cuando no lo punza la sombra de aquellas espinas; de aquellas espinas, ya sabéis.
Las siguientes páginas son el recuerdo de un olvido."
Hermano... tuya es la hacienda...
la casa, el caballo y la pistola...
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo...
mas yo te dejo mudo... ¡mudo!...
Y ¿cómo vas a recoger el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?
Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle: «¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: «¡Quédate hermano!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporóse lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar...
Muchachita de luengos cabellos de oro
y figura que sólo sueña el pintor,
que deshojas las flores del gran tesoro
de los pocos abriles sin un amor.
Ama, hoy que en tu boca canta la risa
como un pájaro de oro que hizo el nidal
en tu ebúrnea garganta donde la brisa
que la cerca perfuma su áureo cristal.
Hoy que estás en la aurora roja y galana
que la vida nos brinda sólo una vez;
hoy que es fresa tu boca, coral y grana
y alabastro bruñido tu tersa tez.
Que es tu cuerpo un magnífico y airoso
nardo; que es tu pecho turgente, rosa y marfil;
que es tu cuello el de un cisne níveo y gallardo
y tu aliento fragancias tiene de Abril.
¡Ama! Linda muchacha de ojos de maga
y de labios purpúreos llenos de miel.
¡No es eterna tu aurora, su luz se apaga...
y la sigue la noche negra y cruel!
¡Ama linda muchacha! Bajo tu reja
florecida, te aguarda con hondo afán,
-el chambergo tirado sobre la ceja
y una hoguera en el pecho- gentil galán.
Dale, dale que calme tales ardores
lo más puro de tu alma... ¡No tu desdén!
¡Ama, niña! No aguardes a que esas flores
de tu cuerpo y tu reja mustias estén.
¡Ama, vive la vida bella e inquieta!
No te muestres esquiva, que no es virtud...
Es..., lo dijo, filósofo, grande poeta:
«¡Juventud sin amores, no es juventud!»