En la trena lo tienen aún a Jaime la prenda de la buena compañía en chirona está Paco Gil que así se sonreía y Miguel en Carabanchel y en las Ventas las tres Marías para Izquierdo, Aldecoa y Giral y Emilio y David son número los días y también a la sombra está Josefa García.
Los jueces como es natural se van a la Toja o si no a Fuenterrabía su permiso irá a disfrutar el blanco policía la justicia descansa al sol pero no muere todavía mariscales, ministros y Dios tostándose están las panzas respectivas y también a la sombra está Josefa García.
La señora que va de bazar jarrones, visillos sábanas, mantelerías la empleada el sábado al fin el tren de cercanías cada cual en su condición todo el mundo a vivir su vida y en el apartamento dos mil con yelo y con yin el disco se vacía y también a la sombra está Josefa García.
No están ni por fu, ni por fa ni culpa ni causa ni pasión ni ideología sino porque guerra, la paz porque la noche, día por la misma razón que aún cruje el arco y gime la lira el peón que quedó sin jornal aquella que ya más flores no le envían y por eso a la sombra está Josefa García.
Porque llaman amor a la ley y ley a la fuerza y verdad a la mentira y por eso el sol sabe a hiel y el pan a cobardía y los libros a muerto y a sin sal la sabiduría y los besos de hombre y mujer a cal y el amor a reja y celosía desde que ella a la sombra está Josefa García.
En el patio central del penal hay una morera que florece a mediodía de palabra al vuelo que va por esas galerías: "Libertad no sabéis lo que es pero sí penitenciaría". El que quiera romper la prisión que encuentre la luz negando cielo arriba que en el cielo Dios ya la sombra está Josefa García.
Yo no quiero que te vayas, pero tampoco quiero retener tu llama para que nadie conozca tu fuego, ni mojar tu pólvora para que no prendas junto a nadie.
No quiero eso, ni tampoco llevarte de la mano hacia ninguna parte.
Solo te dejaría irte de aquí para que fueras a buscarte —si así lo necesitaras— porque significaría que a mi lado no obtienes las respuestas que precisas. Cortar el vuelo hacia uno mismo a la persona a la que amas es parecido a escribir su nombre con el bolígrafo que certifica una condena.
No quiero perderte, pero no te quedes junto a mí si la fuerza que te empuja no te impulsa a donde ya estuvimos, si tus pies no prefieren caminar en dirección hacia nosotros.
Si esto no te mueve no lo hagas, no vengas hacia aquí, dime adiós y no mires atrás y déjame que aprenda que echar de menos no es otra cosa que el peaje de una felicidad que ya ha partido. Déjame solo y vacío sin canciones que maquillen el fracaso.
Me sentiré querido si te vas de esta manera, si no permites que la compasión te mantenga junto a mí, si eres capaz de arrancarme las esperanza de una vez en lugar de rompérmela con pequeños golpes que hagan llevadera la derrota. Porque la derrota nunca es llevadera, es solo un dialecto del fracaso.
Si sientes culpa, no la sueltes con una despedida a medias, marchándote un poco el martes y volviendo mañana, para dejar la foto el jueves. No me dejes como quien deja irse deshaciendo en su boca el caramelo del remordimiento, ni te vayas yendo lentamente, poniendo al futuro sobre aviso. No me entregues la soledad por fascículos, no lo dilates. Yo quiero que asumas la culpa y la bondad que hay en ello, desamor sin maquillaje, la verdad sin photoshop.
No te quedes junto a mí, te lo ruego, no lo hagas si es así como te sientes.
Pero si no es esto lo que te aleja, si solo es temor a que el fracaso muerda un día nuestras noches, si temes que sea yo quien me despida, o si lo que te aleja de mí es, por ejemplo, el pasado sujetándote el vestido, o el zumbido que rodea a los que aman y fueron desamados, entonces quédate y paga al corazón lo que te pida. Y si se acaba da gracias al final por el regalo que el amor nos dejó entre las manos.
Que no hay gloria mayor que la que ofrece el amor cuando se da, ni dolor más merecido que el que viene
cuando el dedo del adiós toca el timbre de tu casa.
Cádiz, salada claridad. Granada, agua oculta que llora. Romana y mora, Córdoba callada. Málaga cantaora. Almería, dorada. Plateado, Jaén. Huelva, la orilla de las tres carabelas. Y Sevilla.
El diamante de una estrella
ha rayado el hondo cielo,
pájaro de luz que quiere
escapar del universo
y huye del enorme nido
donde estaba prisionero
sin saber que lleva atada
una cadena en el cuello.
Cazadores extrahumanos
están cazando luceros,
cisnes de plata maciza
en el agua del silencio.
Los chopos niños recitan
su cartilla; es el maestro
un chopo antiguo que mueve
tranquilo sus brazos muertos.
Ahora en el monte lejano
jugarán todos los muertos
a la baraja. ¡Es tan triste
la vida en el cementerio!
¡Rana, empieza tu cantar!
¡Grillo, sal de tu agujero!
Haced un bosque sonoro
con vuestras flautas. Yo vuelo
hacia mi casa intranquilo.
Se agitan en mi cerebro
dos palomas campesinas
y en el horizonte, ¡lejos!,
se hunde el arcaduz del día.
¡Terrible noria del tiempo!
Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.
En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.
Saber que duermes tú, cierta, segura
cauce fiel de abandono, línea pura,
tan cerca de mis brazos maniatados.
Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.
Estoy triste... y no sé por qué;
he bebido amor,
y aún tengo sed.
Estoy sola... y no sé por qué
quisiera saberlo,
mas no lo diré...
Estoy sola y no sé por qué,
quisiera besar,
y no sé a quién.
Estoy enamorada... y no sé de qué.
Quisiera saberlo...
y no puede ser.
Estoy triste y sola...
y no sé por qué.
En las noches claras
En las noches claras,
resuelvo el problema de la soledad del ser.
Invito a la luna y con mi sombra somos tres.
La canción de Eskarnia:
Estoy triste y sola y no sé por qué
He bebido amor y aún tengo sed,
Quisiera saberlo y no puede ser,
Estoy triste y sola y no sé por qué…
Sola por las calles me paseo, soy cabra sola vendo paz a los guerreros, sola recorro las calles de este mundo, sola escribo, sola sufro. Me quejo sola, sola moro, a la mierda con el coro moro solo, con decoro sola moro, a la mierda el oro, sola mejoro y empeoro, sola… solo… hago versos. Escribo en las paredes, lloro en los armarios, estoy sola sin tu amor, sin tu mirada, sin tus cartas, si ya no me cantas, igual de harta que sola, igual de sola que harta, sola, ¡sola!, por las calles me paseo, soy cabra sola vendo paz a los guerreros, sola recorro las calles de este mundo, sola escribo, sola sufro.
Estoy triste y sola y no sé por qué
He bebido amor y aún tengo sed,
Quisiera saberlo y no puede ser,
Estoy triste y sola y no sé por qué…
Me siento sola y una, como la luna, soy igual que todas pero como yo ninguna, en mi cuna solo hay palabras y agua. Sola... sola pero con esperanza, en las vías sola mientras espero el tren, mientras miro el calendario, mientras me visto sola como un ave despistada, mientras quede este segundo en que la vida es una hora sola sobran las palabras. Recorro sola las calles de este mundo, escribo sola y yo sola me confundo, otro trago malo, lo consigo sin el llanto, me bebo el verbo estoy sola en mi desierto. Cazando mariposas con mi traje de torero, cuando estoy triste y sola miro al cielo. Resuelvo este problema de la soledad del ser, invito a la luna y con mi sombra somos tres.
No te quedes inmóvil
al borde del camino,
no congeles el júbilo,
no quieras con desgana,
no te salves ahora,
ni nunca
no te salves,
no te llenes de calma,
no reserves del mundo,
solo un rincón tranquilo,
no dejes caer los párpados,
pesados como juicios,
no te quedes sin labios,
no te duermas sin sueño,
no te pienses sin sangre,
no te juzgues sin tiempo...
Pero si,
pese a todo,
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo,
y quieres con desgana,
y te salvas ahora,
y te llenas de calma,
y reservas del mundo
solo un rincón tranquilo,
y dejas caer los párpados,
pesados como juicios,
y te secas sin labios,
y te duermes sin sueño,
y te piensas sin sangre,
y te juzgas sin tiempo,
y te quedas inmóvil
al borde del camino,
y te salvas…
La prisa es mala, la ciencia es misa.
Escribo porque tengo calma,
que no es moco,
boli, papel y tiempo.
Tengo también las ganas
y el estómago lo suficientemente
vacío.
He tendido las camisas de fuerza en el jardín.
La poesía es lo de siempre.
Yo también tengo grilletes en los pies
y telarañas en los ojos
y bozal de mimbre
pero no escribo por deporte, ni por no estar, ni pornostar,
ni porque me importe el arte, ni por darte, ni por darme,
escribo por locura irrefrenable
porque no todo es ponerse.
No escribo por encargo ni de mí mismo.
La poesía es lo de siempre.
A veces todo lo que me rodea se torna enredadera
y los seres queridos son maniquíes haciéndome cosquillas.
La poesía es lo de nunca.
Hablar de hacer aquello que potencialmente es realizable,
la utopía equidistante,
fletar cien autobuses sin gente.
La vida es lo de siempre.
Hoy es un día diferente,
como todos los demás.
Iremos a bailar rocanrol a la plaza de un pueblo
en que nunca has estado,
como siempre.
Saben los que saben porque lo dicen los que no saben.
Si los que saben saben que saben, no saben.
¿Qué canciones pondrán hoy
en Rock FM?
No escribo para ser leído.
No leo para ser escritor.
Poeta
es aquel que,
a través de la palabra,
trata de comprender un mundo que no lo comprende a él,
aquel capaz de encontrar preguntas a todas las respuestas,
el que escucha a la luna
y ve a través de las rendijas de la mente.
Poeta no es este
o aquel.
Poeta es también quien ornamenta el verso.
Pues bien.
Tengo tanta tristeza taladrándome
que cabe en un paquete de tabaco
la infinitud de la felicidad.
La poesía no es ahora que está siendo escrita.
La poesía es ahora que está siendo leída.
La poesía, decía,
es casi tan aburrida como el rocanrol,
riff arriba, oxímoron abajo.
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna;
un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
He venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre,
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones;
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, cantando, volando en su pureza
como los niños en las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles
en la patita de ese gato quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer, ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre?
No, no; yo denuncio,
yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Federico García Lorca
Atilio y los Alimonados
Tal día como hoy, en 1898, nacía Federico García Lorca.
Cuesta comprender que nos pasamos
media vida persiguiendo cosas que nos hacen daño,
cuesta demasiado darse cuenta
y lo que más cuesta después
es deshacer el desengaño,
cuesta entender que la persona que te hiere
sea la misma a la que estás necesitando.
Cuesta, la vida cuesta...
Cuesta confiar en el amor,
volver a aquel fotomatón,
saber que no me estás buscando.
Cuesta comprender que hay ciertos trenes,
ciertas pieles, ciertas bocas
que no acaban regresando.
Cuesta no escuchar al corazón
cuando el pasado aparece
arrepentido por tu barrio.
Cuesta, la vida cuesta...
Cuesta comprender que nos pasamos
media vida persiguiendo cosas que nos hacen daño.
Y que perdonar a quien te daña
es la única terapia que te acabará curando.
Cuesta entender nuestro pasado
fuimos el amor correcto
en el momento equivocado.
Cuesta, la vida cuesta...
Cuesta confiar en el amor,
volver a aquel fotomatón,
saber que no me estás buscando.
Cuesta comprender que hay ciertos trenes,
ciertas pieles, ciertas bocas
que no acaban regresando.
Cuesta no escuchar al corazón
cuando el pasado aparece
arrepentido por tu barrio.
Bebo porque la gente no me gusta,
porque a la gente la quiero demasiado;
las cosas cambian y el ímpetu se enferma,
sé lo que dan de sí los hombres;
sé que hay pocos que prestarían sangre,
sé que hay muchos que me encarcelarían.
Bebo para olvidar que estoy bebiendo.
Porque la noche es larga y tiene seres,
la vida es corta en cambio y tiene prisa,
la alcoba es grande y el sereno es bizco
y un chinche flaco trepa por el techo.
Bebo para acordarme de estas cosas.
Bebo para olvidar que estoy bebiendo.
No quiero que te vayas
dolor, última forma
de amar. Me estoy sintiendo
vivir cuando me dueles
no en ti, ni aquí, más lejos:
en la tierra, en el año
de donde vienes tú,
en el amor con ella
y todo lo que fue.
En esa realidad
hundida que se niega
a sí misma y se empeña
en que nunca ha existido,
que sólo fue un pretexto
mío para vivir.
Si tú no me quedaras,
dolor, irrefutable,
yo me lo creería;
pero me quedas tú.
Tu verdad me asegura
que nada fue mentira.
Y mientras yo te sienta,
tú me serás, dolor,
la prueba de otra vida
en que no me dolías.
La gran prueba, a lo lejos,
de que existió, que existe,
de que me quiso, sí,
de que aún la estoy queriendo.
Cuando llueve y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?
Cuando salgo a la calle silbando alegremente
el pitillo en los labios, el alma disponible
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican la alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que se siente?
Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro sé que todo es fiado,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así la muerte,
¿no es la felicidad lo que trasciende?
Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es la felicidad lo que amanece?
Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?
Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?
Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
«Estaba justamente pensando en ir a verte».
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?
Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarme en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?
Tras de la reja abierta entre los muros,
La tierra negra sin árboles ni hierba,
Con bancos de madera donde allá en la tarde
Se sientan silenciosos unos viejos.
En torno están las casas, cerca hay tiendas,
Calles por las que juegan niños, y los trenes
Pasan al lado de las tumbas. Es un barrio pobre.
Como remiendos de las fachadas grises,
Cuelgan en las ventanas trapos húmedos de lluvia.
Borradas están ya las inscripciones
De las losas con muertos de dos siglos,
Sin amigos que les olvide, muertos
Clandestinos. Mas cuando el sol despierta,
Porque el sol brilla algunos días de junio,
En lo hondo algo deben sentir los huesos viejos.
Ni una hoja ni un pájaro. La piedra nada más. La tierra.
¿Es el infierno así? Hay dolor sin olvido,
Con ruido y miseria, frío largo y sin esperanza.
Aquí no existe el sueño silencioso
De la muerte, que todavía la vida
Se agita entre estas tumbas, como una prostituta
Prosigue su negocio bajo la noche inmóvil.
Cuando la sombra cae desde el cielo nublado
Y el humo de las fábricas se aquieta
En polvo gris, vienen de la taberna voces,
Y luego un tren que pasa
Agita largos ecos como bronce iracundo.
No es el juicio aún, muertos anónimos.
Sosegaos, dormid; dormid, si es que podéis.
Acaso Dios también se olvida de vosotros
El 5 de junio del año 1898 nacía en Fuentevaqueros (Granada - España) el que iba a convertirse en uno de los mejores poetas y dramaturgos de todos los tiempos. No solo de la Literatura en español, sino de la Literatura Universal.
Fue asesinado en los comienzos de la Guerra Civil Española a la edad de 38 años.
¿Qué no le quedaba por aportar a nuestra Literatura?
A pesar de su juventud, de los pocos años en los que pudo ejercer la escritura, nos dejó una enorma colección de poemas, obras de teatro, ensayos...
Con seguridad, en muchas partes del mundo, se van a realizar acitividades relacionadas con el aniversario de su nacimiento.
En mi grupo de amigos, me han pedido que haga una selección de obras ordenadas, de alguna manera, por dificultad.
Es complicado.
Porque la dificutad puede referirse al lenguaje empleado, a la profundidad o complejidad de lo que se quiere expresar, a la longitud del poema...
Y no es lo mismo si lo que queremos es leer el poema o aprenderlo de memoria para recitarlo.
De todas formas, vamos a hacer un recopilatorio intentando organizarlo de alguna manera.
Para empezar, ahora mismo hay en la APM 64 obras de FGL.
De estas 64, he seleccionado 44, eliminando o dejando a un lado, aquellas obras que son fragmentos o combinaciones de varias otras, o que se me han pasado...
Las primeras son francamente sencillas pero no por ello menos geniales.
¿Cuál vas a elegir?
Estaría bien que con uno de estos poemas participases en nuestro #amamoslapoesía
La calle
se llenó de tomates,
mediodía,
verano,
la luz
se parte
en dos
mitades
de tomate,
corre
por las calles
el jugo.
En diciembre
se desata
el tomate,
invade
las cocinas,
entra por los almuerzos,
se sienta
reposado
en los aparadores,
entre los vasos,
las mantequilleras,
los saleros azules.
Tiene
luz propia,
majestad benigna.
Debemos, por desgracia,
asesinarlo:
se hunde
el cuchillo
en su pulpa viviente,
es una roja
víscera,
un sol
fresco,
profundo,
inagotable,
llena las ensaladas
de Chile,
se casa alegremente
con la clara cebolla,
y para celebrarlo
se deja
caer
aceite,
hijo
esencial del olivo,
sobre sus hemisferios entreabiertos,
agrega
la pimienta
su fragancia,
la sal su magnetismo:
son las bodas
del día,
el perejil
levanta
banderines,
las papas
hierven vigorosamente,
el asado
golpea
con su aroma
en la puerta,
es hora!
vamos!
y sobre
la mesa, en la cintura
del verano,
el tomate,
astro de tierra,
estrella
repetida
y fecunda,
nos muestra
sus circunvoluciones,
sus canales,
la insigne plenitud
y la abundancia
sin hueso,
sin coraza,
sin escamas ni espinas,
nos entrega
el regalo
de su color fogoso
y la totalidad de su frescura.
Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa,
donde nos haces una falta sin fondo!
Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá
nos acariciaba: «Pero, hijos…»
Ahora yo me escondo,
como antes, todas estas oraciones
vespertinas, y espero que tú no des conmigo.
Por la sala, el zaguán, los corredores,
después, te ocultas tú, y yo no doy contigo.
Me acuerdo que nos hacíamos llorar,
hermano, en aquel juego.
Miguel, tú te escondiste
una noche de agosto, al alborear;
pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste.
Y tu gemelo corazón de esas tardes
extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya
cae sombra en el alma.
Oye, hermano, no tardes
en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá.
Te seguiré esperando
a que regreses,
no cerraré la puerta,
la puerta de mi casa.
No cerraré la puerta,
la puerta de mi casa.
Lo último que se pierde
es siempre la esperanza.
Cubriré con mis manos
el fuego que se apaga,
la lluvia que entorpece
tu voz en la mañana.
Cubriré con mis labios
tu rostro en la ventana,
todavía impregnando
tu ausencia desolada.
Nunca querré pensar
que tu regreso ya no existe.
Siempre te esperaré.
Te seguiré esperando.
Cubriré con mis manos
los campos que anduvimos,
cuando como la tarde
fugaces recorrimos.
Cubriré con mi frente
los recuerdos más nimios
para que un día, juntos,
volvamos a encontrarlos.
Nunca querré pensar que tu regreso ya no existe. Siempre te esperaré.
Te seguiré esperando.