Cuando la vida embiste o rompe dentro
a toda luz, con todo sarcasmo,
Pablo Picasso-
Donde el mundo descompone su sistema
y en un clavo que da cuelga el harapo,
Pablo Picasso-
Tras las visibles mentiras siempre en blanco,
lo invisible y al rojo de tus cuadros,
Pablo Picasso-
En este cielo-infierno de los medios,
bajo un sol de justicia, toreando,
Pablo Picasso-
Con la estructura del ojo ferozmente
mineral, y sin engaños declarando,
Pablo Picasso-
Tras nuestro mundo aparente,
con la evidencia del rayo,
en la estructura mordiente,
donde se erizan los actos,
cuando, con, en, tras, yo digo
Pablo
Pablo Picasso-
Gloria Fuertes nació en Madrid
a los dos días de edad,
pues fue muy laborioso el parto de mi madre
que si se descuida muere por vivirme.
A los tres años ya sabía leer
y a los seis ya sabía mis labores.
Yo era buena y delgada,
alta y algo enferma.
A los nueve años me pilló un carro
y a los catorce me pilló la guerra;
a los quince se murió mi madre, se fue cuando más falta me hacía.
Aprendí a regatear en las tiendas
y a ir a los pueblos por zanahorias.
Por entonces empecé con los amores
-no digo nombres-,
gracias a eso, pude sobrellevar mi juventud de barrio.
Quise ir a la guerra, para pararla,
pero me detuvieron a mitad del camino.
Luego me salió una oficina,
donde trabajo como si fuera tonta
-pero Dios y el botones saben que no lo soy-.
Escribo por las noches
y voy al campo mucho.
Todos los míos han muerto hace años
y estoy más sola que yo misma.
He publicado versos en todos los calendarios,
escribo en un periódico de niños,
y quiero comprarme a plazos una flor natural
como las que le dan a Pemán algunas veces.
Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero, porque no muero.
En mí yo no vivo ya,
y sin Dios vivir no puedo,
pues sin él, y sin mí quedo,
¿este vivir qué será?
mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero,
muriendo, porque no muero.
Esta vida, que yo vivo
es privación de vivir,
y así es continuo morir,
hasta que viva contigo:
oye mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero,
que muero, porque no muero.
Estando ausente de ti,
¿qué vida puedo tener,
sino muerte padecer,
la mayor que nunca vi?
lástima tengo de mí,
pues de fuerte persevero,
que muero, porque no muero.
El pez que del agua sale,
aún de alivio no carece,
que en la muerte que padece,
al fin la muerte le vale;
¿qué muerte habrá que se iguale
a mi vivir lastimero,
pues si más vivo, más muero?
...
Sácame de aquesta muerte,
mi Dios, y dame la vida,
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte,
mira que peno por verte,
y mi mal es tan entero,
que muero, porque no muero.
Lloraré mi muerte ya,
y lamentaré mi vida,
en tanto, que detenida
por mis pecados está:
¡oh mi Dios, cuándo será,
cuando yo diga de vero
vivo ya, porque no muero!
Dices que buscas que buscas,
dices que buscas el ser.
Cuando lo encuentres le dices
que yo estoy en contra de él.
Ni el propio San Antonio
lo encontrará.
Lo que no se ha perdido
no se hallará.
¿Qué será el ser?
Buscas el ser por lo alto,
tan alto que yo me temo
que el ser que tú andas buscando
debe ser el Ser Supremo.
Una vez que lo encuentres
habláis los dos.
No os aclararéis mucho
ni tú ni Dios.
¿Qué será el ser?
No preguntes por el hombre,
menos por la explotación,
que la pregunta pregunte
su propia interrogación.
Y ya que preguntamos
preguntaré
por qué no te preguntas
este porqué:
¿qué será el ser?
Preguntar la realidad
sin intentar transformarla
eso es pasar por la vida
sin romperla ni mancharla.
Hay quién sigue caminos
que son igual
que el del sol cuando pasa
por el cristal.
¿Qué será el ser?
¿Qué es el ser, qué es el ser, qué es el
ser, qué es el ser, qué es el ser?
¿Qué es el ser, qué es el ser, qué es el
ser, qué es el ser, qué es el ser?
¿Qué es el ser, qué es el ser, qué es el ser?: el ser.
¿Qué es el ser, qué es el ser, qué es el ser?: el ser.
Eso es el ser.
Canta la rama el vuelo del pájaro que en ella se posó. Mi amor canta en todo lo que perdió. Se sabe lo que se calla pues en soledad respiró. En su luz mana el rostro que un día existió. La rama sin pájaro de tanto silencio se tronchó, y en lo perdido, sumo, el corazón se paró. Se calla lo que se sabe pues sólo habla el dolor. En interminable olvido sin rostro todo se hundió.
La niña del bello rostro
está cogiendo aceituna.
El viento, galán de torres,
la prende por la cintura.
Pasaron cuatro jinetes
sobre jacas andaluzas
con trajes de azul y verde,
con largas capas oscuras.
«Vente a Córdoba, muchacha».
La niña no los escucha.
Pasaron tres torerillos
delgaditos de cintura,
con trajes color naranja
y espadas de plata antigua.
«Vente a Sevilla, muchacha».
La niña no los escucha.
Cuando la tarde se puso
morada, con luz difusa,
pasó un joven que llevaba
rosas y mirtos de luna.
«Vente a Granada, muchacha».
Y la niña no lo escucha.
La niña del bello rostro
sigue cogiendo aceituna,
con el brazo gris del viento
ceñido por la cintura.
Tú, cuya mano me ha bañado de un fuego transparente las espaldas, cuyos ojos en claros naufragios hundieron algunos principios elementales de mi alma, tú eres mi patria.
Tú, que no tienes apellido, que no sé si eres pájaro o si alcándara, que de todos tus brazos las letras de plomo cayéndose han ido, como si fueran nueces vanas, tú eres mis padres y mi patria.
Tú, que ni tú te acuerdas dónde tendiste a orear las nubes blancas, que de tantos amores que tienes confundes el nombre de todos los días de cada semana, tú eres mi Dios y mis padres y mi patria.
Tú, que tan dulcemente besas que el cielo bocabajo se volcaba, y que no se sabía de quién ya la lengua, de quién la saliva, de puro sabrosa y templada, tú eres mis leyes y mi Dios y mis padres y mi patria.
Tú, que apacientas calaveras por las praderas de la verde África y a los rojos leones les echas de pasto las rosas de leche de luna de Nuruquimagua, tú eres mi ejército y mis leyes y mi Dios y mis padres y mi patria.
Eres mi ejército y mis leyes y mi Dios y mis padres y mi patria, y el ejército y Dios y las leyes y todas las patrias y padres se creen que tú no eres nada: que no eres nada.
En un cortijo de Córdoba
entre jarales y adelfas,
vivía un talabartero
con una talabartera.
Ella era mujer arisca,
él, hombre de gran paciencia,
ella giraba en los veinte
y él pasaba de cincuenta.
Santo Dios, cómo reñían!
Miren ustedes la fiera,
burlando al débil marido
con los ojos y la lengua.
Cabellos de emperadora
tiene la talabartera,
y una carne como el agua
cristalina de Lucena.
Cuando movía las faldas
en tiempo de primavera
olía toda su ropa
a limón y a yerbabuena.
Ay, qué limón, limón
de la limonera!
Qué apetitosa
talabartera!
Ved cómo la cortejaban
mocitos en su presencia
en caballos relucientes
llenos de borlas de seda.
Gente cabal y garbosa
que pasaba por la puerta
haciendo brillar, alegre,
las onzas de sus cadenas.
La conversación a todos
daba la talabartera,
y ellos caracoleaban
sus jacas sobre las piedras.
Miradla hablando con uno
bien peinada y bien compuesta,
mientras el pobre marido
clava en el cuero la lezna.
Esposo viejo y decente
casado con joven tierna,
qué tunante caballista
roba tu amor en la puerta.
Un lunes por la mañana
a eso de las once y media,
cuando el sol deja sin sombra
los juncos y madreselvas,
cuando alegremente
bailan brisa y tomillo en la sierra
y van cayendo las verdes
hojas de las madroñeras,
regaba sus alhelíes
la arisca talabartera.
Llegó su amigo trotando
una jaca cordobesa
y le dijo entre suspiros:
Niña, si tú lo quisieras,
cenaríamos mañana
los dos solos, en tu mesa.
¿Y qué harás de mi marido?
Tu marido no se entera.
¿Qué piensas hacer? Matarlo.
Es ágil. Quizá no puedas.
¿Tienes revólver? ¡Mejor!
¡Tengo navaja barbera!
¿Corta mucho? Más que el frío.
Y no tiene ni una mella.
¿No has mentido? Le daré
diez puñaladas certeras
en esta disposición,
que me parece estupenda:
cuatro en la región lumbar,
una en la tetilla izquierda,
otra en semejante sitio
y dos en cada cadera.
¿Lo matarás en seguida?
Esta noche cuando vuelva
con el cuero y con las crines
por la curva de la acequia.
Fue en la edad de nuestro primer amor, cuando los mensajes son propicios al precoz embelesamiento y los suaves atardeceres toman un perfume dulcísimo en forma de muchacha azul o de mayo que desaparece, cuando unos hombres duros como el sol del verano ensangrentaban la tierra blasfemando de otros hombres tan duros como ellos; tenían prisa por matar para no ser matados y vimos asombrados con inocente pupila el terror de los fusilados amaneceres, las largas caravanas de camiones desvencijados en cuyo fondo los acurrucados individuos eran llevados a la muerte como acosada manada; era la guerra, el terror, los incendios, era la patria suicidada, eran los siglos podridos reventando; vimos las gentes despavoridas en un espanto de consignas atroces; iban y venían, insultaban, denunciaban, mataban, eran los héroes, decían golpeando las ventanillas de los trenes repletos de su carne de cañón; nosotros no entendíamos apenas el suplicio y la hora dulce de un jardín con alegría y besos; fueron noches salvajes de bombardeo, noticias lúgubres, la muerte banderín de enganche cada macilenta aurora; y héteme aquí solo ante mi vejez más próxima preguntar en silencio ¿qué fue de nuestro vuelo de remanso, por qué pagamos las culpas colectivas de nuestro viejo pueblo sanguinario; quién nos resarcirá de nuestra adolescencia destruida aunque no fuese a las trincheras?
Vanas son las preguntas a la piedra y mudo el destino insaciable por el viento; mas quiero hablar aquí de mi generación perdida, de su cólera, paloma en una sala de espera con un reloj parado para siempre; de sus besos nunca recobrados, de su alegría asesinada por la historia siniestra de un huracán terrible de locura.
Compañera
usted sabe
puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo
si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué deliro
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo
si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo
pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo
Como llevaba trenza
la llamábamos trencita en la tarde del jueves.
Jugábamos a montarnos en ella y nos llevaba
a una extraña región de la que nunca volveríamos.
Porque es casi imposible abandonar
aquel olor a tierra de su cabello sucio,
sus ásperas rodillas todavía con polvo
y con sangre de la última caída
y, sobre todo,
la nacarada nuca donde se demoraban
unas gotas de luz cuando ya luz no había.
Allí me dejó un día de verano
y jamás regresó
a recoger mi insomne pensamiento
que desde entonces vaga por sus brazos
corrigiendo su ruta, terco y contradictorio,
lo mismo que una hormiga que no sabe salir
de la rama de un árbol en el que se ha perdido.