Tus piernas eran finas y tus pechos pequeños...
Todo tu encanto estaba en tus ojos sombríos;
tu enorme cabellera de luto me llenaba
de su cascada suave de raso entristecido.
Abrazados a mí, tus bracillos de niña
matemente morenos, pálidamente tibios
como tallos de rosa, retenían mi alma
para que respirara tu perfume divino...
La carne no fue gala de aquel amor sin tedio...
Tu desnudez suave era sólo un motivo
para que nuestras almas inmensas e inefables
se perdieran, soñando, en sus dos infinitos.
Juan Ramón Jiménez
José María Vitier / Luis Eduardo Aute
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